jueves

Don't stop the music

A cada paso, retumbaba el bajo en su oído. Ya le era fácil sincronizar sus pasos con el ritmo de la música. Había mañanas en las que caminaba animado, y todo parecía sincronizarse con la canción que sonaba en su cabeza -¿en su cabeza o en su oído?-.

Le parecía que el mundo estaba hecho más para la vista que para el oído, no en vano había tanta gente caminando por las calles con audífonos, sin escuchar del mundo más que la banda sonora que ellos mismos colocaban. Los neumáticos contra el pavimento, los pasos, los motores, la brisa, los pájaros, cada vez tenían menos audiencia, y a nadie parecía importarle mucho. Tan sólo con mirar podías andar. El auditorio de Spotify estaba a reventar.

Por el contrario, había días en los que la canción le resultaba realmente odiosa. Le parecía que estaba completamente desincronizada con el ambiente, y cuando él intentaba ir a su ritmo, todo se movía a destiempo, corría el riesgo de ser atropellado, caerse por unas escaleras, tropezar con alguien que no entendería su incapacidad para hablar. Sin embargo, no podía hacer nada, no podía apagar la música, poner pause, bajar el volumen, siempre estaba ahí, desde aquel día. Siempre retumbando en su memoria -¿en su memoria o en su oído?- desde el accidente.

Enérgico, con los audífonos puestos, caminaba por la calle -es increíble como la música puede determinar tu estado anímico- el intro de la canción, suave, y luego la batería, explotando y marcando el beat. Se emocionó, quiso avanzar al ritmo del bombo y cruzó -sin mirar a los lados- el Fiat Uno '96, con la música a todo volúmen, le atropelló.

Desde aquel día había perdido la audición. Dicen que quienes sufren la amputación de un miembro, siguen sintiendo que este está ahí, en su lugar, que incluso llegan a sentir comezón. Este se convierte en un "miembro fantasma".  Y así le pasaba con su audición, desde aquella tarde, no había dejado ni un segundo de escuchar la canción. A veces la amaba, pues le recordaba como era escuchar, y aunque ya no podía oír el mundo -los neumáticos contra el pavimento, los pasos, los motores, la brisa, los pájaros- siempre podía imaginar que iba con sus audífonos y que era uno más de la manada, uno más del auditorio con la canción en repeat eterno. Otras veces la odiaba, era incesante, el intro soso, el estúpido beat marcado por la batería, el sólo de guitarra, el histérico grito del cantante... ¡COMO LA ODIABA! taladrando sin cesar en su cabeza, su memoria -¿o en su oído fantasma?-.

No se detuvo al borde de la acera, pues estaba al borde de la locura, cruzó la calle, y el histérico grito no le dejó ver el enorme camión.

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