"One need not be a chamber- to be haunted
One need not be a house-
The brain has corridors- surpassing
Material place.
Ourself behind ourself, concealed
Should startle most
Assasin, hid in our apartment
Be horror’s least”
Emily Dickinson
Aún luchaba por conocerse. A veces algo le enternecía, y no lograba entender el por qué. Podía ser cualquier detalle, una hoja (siempre recurría a la metáfora de las hojas caídas y aún no entendía por qué), había leído que la mente tenía pasillos más enormes que los de cualquier castillo o mansión, y esto, aunque le sorprendía, le parecía una verdad que vivía en él desde siempre.
Cuando se sentía vulnerable, le gustaba sentir calor, incluso sudar. Y le incomodaba mucho, que estando sudado le pegara alguna brisa en la piel. De alguna manera sentía que era como dejar una ventana abierta -desnudez- cuando quería estar cubierto.
Ahora entendía por que en el súper, al pasar por la sección de congelados, había sentido cierto rechazo a comprar las sardinas - el olor, tenía un tema con la limpieza y los olores-, le molestaba mucho el olor de las sardinas que había preparado, además de que no quedaron buenas, pero como cocinaba sólo para él, podía ahorrarse la vergüenza de que otro probara esa aberración culinaria.
En oportunidades, cuando cocinaba, mientras esperaba que la comida estuviera lista, volvía a su cama a continuar con lo que estuviera viendo en la tele. Acostado, instintivamente olía sus dedos -ajo- le gustaba pensar que ese olor le gustaba a una mujer que estaba en sus letras, que capaz no era a él a quien olía, sino a su pareja, quien también pertenecía a sus letras, y que ella le tomaba la mano en un gesto íntimo, él pudoroso sabiendo que sus dedos olían a ajo, los alejaba y ella le tomaba con fuerza la mano mientras le olía los dedos, mirándole fijo a los ojos. Esta escena se le antojaba tremendamente tierna -a veces algo le enternecía no entendía por qué-.
Tenía imágenes, escenas, historias en su cabeza y eran imágenes, escenas e historias, que todavía no existían, pero que él vivía. Vivía cuando se sentía vulnerable y se protegía de la brisa y sudaba dentro de su suéter. Vivía a pesar de que le molestara el olor a sardinas. Luchaba por conocer los pasillos de su cabeza, de su alma. Le daba miedo. Los escribía aunque no abría todas las puertas...
Esperaba que algún día llegara alguien que tomara su mano, con fuerza y mirándole a los ojos le incitara a abrirlas. Y sentir la brisa en la piel desnuda.