martes

No bastó la luz... (Historia en tweets)



Ella iba caminando por el campus de la uni, veía fijamente la grama, le provocaba salir corriendo y tirarse en ella...
 
Él iba a su lado, aunque ella pareciera estar sola, iba hablando por el móvil y toda la luz de alrededor no lograba tocarle...
 
Sin embargo se amaban... Ella amaba una pequeña luz escondida en sus ojos. Que a veces, en el momento menos esperado, aparecía.
 
Ella esperaba un beso de él al encontrarse. Él esperaba que ella no fuese muy efusiva frente a la gente...
 
Él veía el futuro, se preocupaba, trabajaba y no tenía tiempo para boberías ni juegos, estaba en la tierra. Muy enterrado.
 
Ella creía en él, buscaba la seguridad que emanaba, pero su alma no podía vivir de esos pequeños instantes en que la luz de él se encendia.
 
Y lo dejó... Se fué lejos a enseñar fotografía "nosedonde". Él lo aceptó y siguió buscando su futuro.
 
Pero en las noches cuando silban los grillos, la luz de sus ojos brota en sus lágrimas y entonces él la recuerda...
 
...y en las tardes, en "nosedonde" ella llora por la extinta esperanza que la luz de sus ojos un día le dio... Entonces los grillos cantan.

A. Bolaños C.

sábado

Lluvia




Estoy harto. Harto de mirar por la ventana y no ver tu rostro mojado de lluvia.
Harto de no tener siquiera el intimo momento en el que me confundo, me pongo tus pantuflas y siento el calor de tus pies.
Harto. Harto de no sentir tu olor, de tomar las almohadas y que estas huelan a limpio, a recién lavadas y no a ti.
Harto de preparar esa comida sin sabor, sin gusto, que sabe a algodon. Comida sin sabor porque no la pruebas tu, no es para ti. Es una sola ración, son dos, máximo tres cubiertos cuando hay sopa o postre. Es un vaso, una taza de café y una gota de ese café, sólo una gota derramada en el mantel junto al único individual que coloqué.
Hay solo una toalla para el cuerpo, una para los pies y estoy harto de que les dé tiempo de secarse desde que salgo en la mañana hasta que llego por la noche. Las quiero encontrar mojadas, tiradas tal vez sobre una destendida cama, porque te pasaste el día acostada y te bañaste a última hora para salir conmigo.
Harto me encuentro de que mi camisa esté siempre planchada a tu espera. Los zapatos pulidos, en el sitio.
Estoy harto de ver lo que quiero en la tv. Harto de pasar tanto tiempo frente a ella y no leerte poesía.
De mi está saliendo todo esto que no digo a diario, pues no todo el tiempo llueve y cuando hace sol el humor no me da para saber que todo esto que me rodea es inútil sin ti.
Entonces me engaño, disfruto las sabanas limpias, el documental en la tv y la canción en mi ipod.
Pero el cuadro colgado a mi lado pierde sin ti todos sus colores.
El espejo solo refleja un rostro gris.
La ropa acartonada cubre, no viste.
Nada me cuenta una historia, todo es silencio.
Silencio que me mata lentamente, me aturde, llena mis oídos de esta terrible soledad.
Dormir es un gesto vacío, es simplemente un pasadizo de ahora a mas tarde. Un camino oscuro, frío y estoy descalzo.
Las voces son solo metales en el aire. Las risas son estridencias de copas rotas y ni siquiera los vidrios me cortan.
El perfume es el monótono deja vu de un ayer que bien podría ser hoy.
Podría ser hoy porque vivo en este tren que pasa, pasa y no termina de llegar. Las gotas de lluvia golpean la ventana y afuera todo es la repetición de un borroso escenario.
Solo mis llaves suenan, pues solo yo llego a casa.
Las lágrimas golpean el cristal.
Y yo, estúpido, mirando fijamente por la ventana, a través de la lluvia, esperando ver tu cara mojada. Mirándome.


A. Bolaños C.

Z

Esa mañana desperté y sentía el corazón salirse de mi ser. Sudaba copiosamente y me había movido tanto durante el sueño que la sabana estaba salida de las esquinas del colchón.

Había soñado que flotaba en un mar de masa blanca, una capa solida que contenía un líquido el cual bailaba en un maremoto infernal bajo mi cuerpo, más no me tragaba, no me mojaba.

Sobre mi cabeza el cielo era de un gris plomo cerrado, un cielo encapotado que amenazaba con estallar sobre mi. En mi desesperación traté en vano de levantarme sobre la amorfa superficie que me sostenía pero cada vez que lo intentaba caía y me sentía infinitamente mas cansado, sentía mis manos pesadas como la roca, mis movimientos pastosos y la mente embotada con la eminente preocupación de que las nubes sobre mi, en vez de agua, escupieran la misma masa blanca de la que estaba hecho mi telúrico mar, enterrándome. Me sentí asfixiado, con la mirada nublada. Sabía que luchar era inútil, pero no podía dejar de hacerlo.
¿Acaso merecía yo morir enterrado en ese mar de plastilina incolora?

Detuve mi lucha contra el océano gigante y este por un momento cesó su movimiento. Con la cara hacia las nubes entorné la mirada y pude distinguir que las nubes que me cubrían estaban formadas por millares de letras, todas color gris. En ellas se podían distinguir caracteres y símbolos de todos los alfabetos conocidos y otros que superaban mi conocimiento. Todas las letras se encontraban aglomeradas sobre mi, con sus ángulos y curvas prestos a precipitarse y acabar con mi existencia.
En mi alfabético cielo estalló un relámpago y con el sucesivo trueno, las letras temblaron amenazadoramente. Los relámpagos y truenos se hicieron mas continuos cuanto mas calmo el mar bajo mi cuerpo.
Finalmente, la letra más peligrosa de cuantas hay en nuestro abecedario se desprendió de sus pares. La Z (zeta) forma dos flechas divergentes. Dos flechas prestas a caer sobre la tensa superficie de mi mar de masa blanca y pincharlo, mandando todo a la mierda.
La letra cayó. El mar explotó y la sustancia blanca que gracias a mi inmovilidad había permanecido en calma, revivió con endemoniada fuerza, por el agujero que formó la desgraciada Z brotaban frases de un pasado que olvidé y que ahora retornaba vagamente a mi memoria. Del cielo se desprendieron todos los alfabetos del mundo, reproduciendo, al chocar contra el mar, su carácter fonético. La tormenta de sonidos me arrastró a su vorágine y yo, confundido entre las Oes, Aes y Eres caí al vació para despertar escupiendo terror sobre mi cama blanca.

Aún temblando, entumecido y sudoroso caminé a la maquina de escribir. Solo pudo extinguir mi miedo la letra que mecanografié en el centro de la hoja que estaba colocada en la máquina. Z.


A. Bolaños C.

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