miércoles

Victoria redentora...

Por un momento parado en la puerta de la casa, tuvo un acceso de amnesia, no lograba recordar de donde venia, se miró los tenis que estaban como nuevos y luego alzó la mirada hasta la puerta -Que vieja y deteriorada está- pensó; hurgó en sus bolsillos removiendo lo que había dentro de ellos, cuatro monedas, un papel arrugado y por fin las llaves, al momento de encontrarlas escuchó el rechinar de la puerta que se abría ante el, alzó la mirada de nuevo al frente esperando ver a Adriana invitándolo a pasar, pero no había nadie en el umbral, tras la puerta la casa se extendía larga y en penumbras, un viento azotó la capucha de su jersey pero el no logró sentirlo, se encontraba absorto en sus pensamientos tratando de recordar de donde venía, donde había estado antes de mirarse los zapatos.
Trató de avisparse, se frotó las manos calentándose de un frío inexistente y entró a la casa, en los pocos rayos delgados y nítidos de fría luz que se filtraban por las cortinas semiabiertas se podían ver las particulas que flotaban en el ambiente, pensó de inmediato en la alergia que le iba a producir el polvo y se preparó para un estornudo, cerró los ojos, aspiró instintivamente una bocanada de aire polvoriento y esperó… Nada, había perdido el estornudo, aun con los ojos cerrados pensó que tal vez se había curado de la irritante alergia que lo atormentaba desde que tenía seis años, abrió los ojos y se dirigió a la cocina, la casa estaba callada, solo el sonido de las gotas que salían del grifo medio abierto rompía el silencio con periódica exactitud, por un momento le dio miedo su propia casa ¿Por qué no aparecía Adriana con su blusa de flores y los guantes de látex amarillos a regañarlo por haber estado afuera con lo frío que estaba el día? Esa habría sido la escena más común, era lo que tenía que pasar a continuación, siempre había sido enfermizo, al punto de que su madre se había vuelto sobre protectora y solía esperarlo angustiada en la cocina mientras limpiaba la loza frenéticamente, presa de los nervios. Pero nada de esto pasó, así como el estornudo no llegó, así como no logró sentir el frío viento que azotó la capucha de su jersey.
Se acercó a la ventana para mirar afuera a ver si lograba encontrar a Adriana de una vez por todas, pero el jardín trasero estaba desierto, el árbol de guayaba triste y sin hojas, los helechos estaban de color cobrizo, secos a punto de desmoronarse con el mas mínimo viento – Ha de ser el frío – se dijo a si mismo, intentó buscar su reflejo en el vidrio, pero este, tan opaco por la suciedad no logró devolverle la imagen de su rostro famélico y pálido, ese rostro que solo producía en la gente gestos de preocupación, ese rostro en el cual no se fijaban las chicas de la escuela, el rostro que Adriana miraba por las noches, muy de cerca y con lagrimas en los ojos, creyéndolo dormido…
Pero no lo vio, no logró verse, por más que trató… Al fin desistió de la idea, en realidad no le inquietaba mucho ver su estúpido y debilucho reflejo, se volvió hacia el pasillo y subió las escaleras de dos en dos, a pesar de ser de apariencia frágil, era muy rápido, había salido victorioso en la prueba de los cien metros planos en su escuela, a pesar de su amnesia temporal ese día lo podía recordar perfectamente, se había inscrito en la competencia sin decirle nada a nadie, sabiendo que si Adriana se enteraba no lo dejaría participar, sin embargo, el anhelaba ese triunfo profundamente, sabía que podía ganar, sabía que era veloz, esa victoria era lo que necesitaba para dejar de ser invisible para las chicas, para dejar de producir lastima con su enferma apariencia, ese triunfo lo redimiría de ser el perdedor que había nacido, lo había preparado todo, en el bolso llevaba los tenis que le habían regalado en nochebuena y que estaban casi nuevos por las prohibiciones de Adriana, una vez en la pista calentó sus músculos sintiendo una leve dificultad al respirar y haciendo caso omiso de ella, al momento de la señal tomó su posición en el carril, el tercer carril, recogió su cabello tras su oreja, tensó los músculos presto al cañonazo, puso su mente en blanco – En sus marcas! Listos! PUM! - El sonido amortiguado del disparo desató toda su energía, liberó sus largas piernas y lo impulsó hacia delante, hacia esa anhelada victoria, corrió, corrió como nunca antes, corría como si fuera el último día de su vida, corría y a cada paso veía una escena de su pasado, puedo ver cuando cayó del árbol de guayaba y casi pudo sentir el dolor de nuevo en su frente al golpear con el suelo, pudo ver aquel día en que en el hospital su padre exhalaba su último suspiro perdiendo la batalla contra un cáncer de pulmón que había minado los ahorros familiares y los nervios de Adriana por igual, el rostro de su prima Victoria haciendo muecas bajo el agua el día que jugaban en el lago, recordó a Adriana llorando desesperada mientras él era victima de su primer ataque de asma y corrió, a cada paso le costaba cada vez más respirar, se sintió mareado, pero cerró los ojos y siguió corriendo, los más rápido que pudo…
En el último segundo, cuando ya no podía más, casi a punto de caer al suelo, sintió como la banda de la meta se rompía contra su torso y en ese instante, ya con la victoria coronando su escuálida estampa, se dejó caer, cayó por largo rato, en espirales, sintiendo el vacío en la boca del estomago y a partir de ese momento, confusión… Sirenas – oscuridad – luces, una ambulancia, la voz de Adriana llorando en el hospital – silencio…
De nuevo se sintió caer, pero esta vez no había vacío en la boca de su estomago, sentía en su lugar una inmensa paz, como si cayera entre nubes de algodón, dejó de resistirse y terminó de caer, disfrutando su victoria, la victoria redentora…
Ya no le importaba no sentir el viento que azotaba el jersey, ni el hecho de no poder abrir la puerta y que esta se abriera sola, ya no esperaba al estornudo que nunca llegó, ni buscaba su reflejo invisible en los vidrios opacos de la cocina, solo le quedaba una cosa para poder gozar su triunfo, poder besar a Adriana, besar a su madre por última vez…

Y por un momento parado en la puerta de la casa, el alma en pena de Eduardo Márquez tuvo un acceso de amnesia…

A. Bolaños C.

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