A mi abuelo Manuel Bolaños
quien ahora canta con Gardel.
Polvo sobre la madera del viejo escaparate de caoba, sin duda este viejo armatoste había visto tiempos mejores y ahora se encuentra, como todo lo que habita esta casa, añorando un pasado mejor, una época de oro en la cual su madera relucía bajo el candil incandescente de blancas velas, ahora, tras años transcurridos, años amarillos, años polvo, años malogrados por el trato del recuerdo, sobre su superficie abombada por la humedad de las paredes se aferra cual loco a su locura la cera endurecida de aquellos candiles deslumbrantes, hoy está opacada, presionada bajo años de dolor, sobre ella una gruesa y empalagosa capa de polvo hace su vida, riendo de la desgracia de los objetos del cuarto principal, se burla del espejo, ese espejo que cual agua diáfana se regocijaba de reflejar rostros lozanos y que ahora tiene mucho tiempo preguntándose quien es ese viejo decrepito que se empeña en posarse frente a el cada día a peinar sus escasos cabellos, viejo que le recuerda a alguien, viejo que tiene días que no aparece frente a él… Y el polvo ríe, se burla también de la vieja cama, otrora toda tendida en perfectas y almidonadas sabanas blancas, lisa, regordeta, saludable, hoy la vieja cama tiene artritis en sus patas, enfermedad que la obliga a quejarse con chillidos estridentes cuando alguien se posa sobre ella, antes su madera estilizada daba el mas firme descanso a sus ocupantes, que por cierto eran dos, la vieja cama disfrutaba y reía al son de los amantes que cabalgaban horas enteras en su blanda superficie, luego la vieja cama acogió a un tercero que llegó, pequeño e indefenso, le dio calor, lo amó como solo una vieja cama puede amar, al pasar el tiempo el niño no volvió mas, ya solo eran los dos que un día fuesen amantes, pero que tenían años sin amar, finalmente, una noche solo llegó el hombre a dormir y la cama, la vieja cama, supo absorber una fría lagrima que a el se le escapó de los ojos en un suspiro ahogado, desde entonces la cama lo acompaña, hace ya mucho tiempo que el niño no salta sobre ella (gracias a dios porque la artritis la está matando), hace ya mucho tiempo que solo un cuerpo delgado se acuesta en su extensión, siempre del mismo lado, se para sin tenderla y se va (aunque desde hace días que no regresa) apenas sin despertar a la cama quien tiene tiempo durmiendo, esperando el día en que le quiten el colchón de encima y pueda descansar en paz.
Junto con el polvo, casi al unísono se ríen de la desgracia del cuarto principal los insectos, ríen porque lograron conquistar lo que una vez fue un territorio limpio, sin la bendición de la basura y el desorden, las hormigas se apoderaron del baño, los azulejos intactos de ayer, hoy han sucumbido a la desidia, han dado paso a entradas mas prácticas para el trabajo de los himenópteros y su alegría desapareció tras la maleza que entra por las rendijas que dan a lo que antes se podía llamar jardín, pero que hoy es mas adecuado llamar selva; las cucarachas y polillas han formado una extraña comunión y habitan pacíficamente las gavetas del viejo escaparate de caoba, en ellas se dan un banquete sin fin con las camisas de algodón que un día abrigaron cuerpos esbeltos y que por cierto tienen tiempo sin salir de la gaveta y mueren de desidia minuto a minuto bajo las mandíbulas depredadoras de los insectos, los pantalones de lino y los suéter de lana sufren la misma tortura, lloran, padecen, no por los mordiscos con los que se extinguen, sino porque ya no las visten, nadie las elige para ir a pasear por el parque, para ir a una cena elegante o para simplemente ir a dormir, sólo la ya raquítica camisa de algodón azul cielo tiene la dicha de salir a diario, su cuello curtido se aprieta en las mañanas alrededor de un pescuezo de blandas carnes y sale a pasear, aunque tiene varios días que no sale, las viejas camisas no se habían percatado de eso debido al revuelo que aconteció ayer, cuando una nueva y joven mano hurgó entre ellas, las removió, espantó a los insectos y finalmente se marchó con la camisa más fina, la de blanca seda, para dejar al resto a merced de los devoradores de hilos una vez más…
En el viejo cuarto principal, las paredes inclinadas hacia delante, vestidas de verde humedad primaveral, cuchichean, hablan, suelen recordar con aire melancólico aquella época en la que se encontraban solas en el cuarto, sin nada entre ellas, carcajean con el recuerdo de su primera capa de pintura, aquella sensación sublime de estar vestidas de colores, se estremecen rememorando la vez que les clavaron aquel clavo punzante y les colgaron además un cuadro que ellas mismas no podían ver, pero que gracias a la descripción que hacía la pared del frente aprendieron a imaginar, hoy hace mucho tiempo que esos cuadros se cayeron, la pintura desconchada yace en el suelo y ahora visten ese lujoso abrigo de musgo verde que se infiltró por sus grietas y las revienta poco a poco, suplican que vuelva el anciano de mirada triste, el anciano de sonrisa invertida, de escasos cabellos y por un milagro de dios les saque las raíces, las cure con el yeso bendito y las vista de colores como en otras primaveras, pero ese viejo no ha regresado, tal vez esté cansado de volver a la fina decadencia del cuarto principal y simplemente mandó a su nieto a recoger la fina camisa de blanca seda, en el closet de puertas caídas el traje y los zapatos de charol negros que tanto tiempo hace que no usaba, tal vez el viejo se cansó de luchar contra el avance indetenible de las hormigas en el baño y se fue a volar por los cielos de amarillo que antes, hace mucho tiempo, se veían a través de las rotas ventanas del cuarto principal…
Repentinamente la cortina roja con bordes dorados, otrora elegante, alta y delgada, ahora deshilachada y ruida, presa también de las polillas, delirante y loca, suelta un alarido de alarma, manda a callar al polvo y a los insectos burlones, despierta a la cama, alerta al espejo y avisa al escaparate: en la entrada de la casa (ella lo ve porque la ventana se partió tiempo atrás y ya no le empaña la visión) sale el viejo con ojos tristes, el muy traidor hizo una fiesta para que lo despidan en su viaje a cielos amarillos, llegó un gentío, pero todos visten de elegante negro, el viejo aparece acostado en una nave espacial, abandona la casa montado dentro de un cajón negro que cargan hombres por ambos lados, tiene una tapa cerrada de la cintura para abajo y la otra abierta de la cintura para arriba, se le puede ver la cara al muy desgraciado, va con los ojos cerrados y la sonrisa invertida, desde aquí parece una sonrisa real, feliz de abandonar al espejo y a la reumática cama, le heredó todo al polvo y a los insectos burlones.
Junto con el polvo, casi al unísono se ríen de la desgracia del cuarto principal los insectos, ríen porque lograron conquistar lo que una vez fue un territorio limpio, sin la bendición de la basura y el desorden, las hormigas se apoderaron del baño, los azulejos intactos de ayer, hoy han sucumbido a la desidia, han dado paso a entradas mas prácticas para el trabajo de los himenópteros y su alegría desapareció tras la maleza que entra por las rendijas que dan a lo que antes se podía llamar jardín, pero que hoy es mas adecuado llamar selva; las cucarachas y polillas han formado una extraña comunión y habitan pacíficamente las gavetas del viejo escaparate de caoba, en ellas se dan un banquete sin fin con las camisas de algodón que un día abrigaron cuerpos esbeltos y que por cierto tienen tiempo sin salir de la gaveta y mueren de desidia minuto a minuto bajo las mandíbulas depredadoras de los insectos, los pantalones de lino y los suéter de lana sufren la misma tortura, lloran, padecen, no por los mordiscos con los que se extinguen, sino porque ya no las visten, nadie las elige para ir a pasear por el parque, para ir a una cena elegante o para simplemente ir a dormir, sólo la ya raquítica camisa de algodón azul cielo tiene la dicha de salir a diario, su cuello curtido se aprieta en las mañanas alrededor de un pescuezo de blandas carnes y sale a pasear, aunque tiene varios días que no sale, las viejas camisas no se habían percatado de eso debido al revuelo que aconteció ayer, cuando una nueva y joven mano hurgó entre ellas, las removió, espantó a los insectos y finalmente se marchó con la camisa más fina, la de blanca seda, para dejar al resto a merced de los devoradores de hilos una vez más…
En el viejo cuarto principal, las paredes inclinadas hacia delante, vestidas de verde humedad primaveral, cuchichean, hablan, suelen recordar con aire melancólico aquella época en la que se encontraban solas en el cuarto, sin nada entre ellas, carcajean con el recuerdo de su primera capa de pintura, aquella sensación sublime de estar vestidas de colores, se estremecen rememorando la vez que les clavaron aquel clavo punzante y les colgaron además un cuadro que ellas mismas no podían ver, pero que gracias a la descripción que hacía la pared del frente aprendieron a imaginar, hoy hace mucho tiempo que esos cuadros se cayeron, la pintura desconchada yace en el suelo y ahora visten ese lujoso abrigo de musgo verde que se infiltró por sus grietas y las revienta poco a poco, suplican que vuelva el anciano de mirada triste, el anciano de sonrisa invertida, de escasos cabellos y por un milagro de dios les saque las raíces, las cure con el yeso bendito y las vista de colores como en otras primaveras, pero ese viejo no ha regresado, tal vez esté cansado de volver a la fina decadencia del cuarto principal y simplemente mandó a su nieto a recoger la fina camisa de blanca seda, en el closet de puertas caídas el traje y los zapatos de charol negros que tanto tiempo hace que no usaba, tal vez el viejo se cansó de luchar contra el avance indetenible de las hormigas en el baño y se fue a volar por los cielos de amarillo que antes, hace mucho tiempo, se veían a través de las rotas ventanas del cuarto principal…
Repentinamente la cortina roja con bordes dorados, otrora elegante, alta y delgada, ahora deshilachada y ruida, presa también de las polillas, delirante y loca, suelta un alarido de alarma, manda a callar al polvo y a los insectos burlones, despierta a la cama, alerta al espejo y avisa al escaparate: en la entrada de la casa (ella lo ve porque la ventana se partió tiempo atrás y ya no le empaña la visión) sale el viejo con ojos tristes, el muy traidor hizo una fiesta para que lo despidan en su viaje a cielos amarillos, llegó un gentío, pero todos visten de elegante negro, el viejo aparece acostado en una nave espacial, abandona la casa montado dentro de un cajón negro que cargan hombres por ambos lados, tiene una tapa cerrada de la cintura para abajo y la otra abierta de la cintura para arriba, se le puede ver la cara al muy desgraciado, va con los ojos cerrados y la sonrisa invertida, desde aquí parece una sonrisa real, feliz de abandonar al espejo y a la reumática cama, le heredó todo al polvo y a los insectos burlones.