jueves

La Lucha.

Era un gigante. Desde sus cavidades oculares podía observar sus pequeños pies, a kilómetros de distancia. Movió sus distantes manos, las veía abrirse y cerrarse sin sentirlas. Podía voltear a la derecha y ver su hombro, inmenso como un acantilado, podía ver que de él se desprendía su brazo que, como un camino o un río, se extendía en la inmensidad y se hacía cada vez más pequeño y estrecho. Su brazo serpenteaba a la izquierda en su codo y culminaba en una tierna manito, que suponía debía ser gigante pero que la distancia la hacía ver como una semilla de girasol. 

Desde el faro que era su cabeza, todo su cuerpo le parecía ajeno. Lo escrutaba y revisaba hasta donde su visión le permitía, entornando sus ojos para poder distinguir sus tobillos y aquellos puntitos blancos que eran los dedos de sus pies. Theo era un gigante.

Se encontraba desnudo, lo sabía porque podía ver sus hombros desnudos, y el sendero de sus brazos. Lo sabía porque podía ver, por debajo de su prominente barriga, los imponentes troncos de Baobabs que eran sus piernas, y que se convertían, al final en unos frágiles tallos de Diente de León. 

Miró en derredor, una inmensa llanura se extendía en torno a la columna de su cuerpo. Arriba, un cielo encapotado, daba una sensación de techo, de un color tan impreciso, que hacía imposible calcular si se trataba de un cielo alto o si estaba apenas pegado a su cabeza. Por un instante sopesó la posibilidad de extender su brazo al infinito a ver si tocaba el techo, las nubes o el sol, pero sólo de pensar en semejante esfuerzo desistió de la idea. 

Si Theo era un gigante, su mundo era la conjunción de todo el espacio-tiempo que existió y existirá. La vastedad de su cuerpo no era tal si la contrastaba con los millones de años luz que se extendían a partir de él. Theo era un minúsculo punto. Sólo. 

Abrió los ojos. Los nítidos ruidos de la noche le dijeron que estaba despierto. A pesar de no ver nada. Theo estaba en su cama, no lograba recordar si desnudo o en pijamas. No quiso moverse. Trató de recordar los momentos antes de quedarse dormido, pero una especie de amnesia lo invadía. Sabía que era Theo, y que estaba en su departamento, sin embargo no lograba recordar el color de las paredes, el tamaño de su cama, ni siquiera las facciones de su cara. Había tenido un extraño sueño, y sin embargo sentía que acababa de regresar de un lugar al que pertenecía. 

Abrió los ojos a más no poder y no pudo ver nada. En la absoluta oscuridad sólo su audición percibía vida. Podía escuchar el tránsito de los automóviles de media noche, podía figurarse como se aproximaban con un sonido filoso, como andando al borde de una katana, trepidantes hacia él. Y luego como se alejaban para perderse en la oscuridad que nublaba sus ojos. 

Escuchaba su respiración tranquila. Estaba atento, y sin embargo comenzó a sumirse de nuevo en una ensoñación. Flotando en gravedad cero, su hipotético cuerpo comenzó a desprenderse. Primero de la cama, sintió como su espalda dejaba el colchón y como sus piernas, sin soporte, caían hacia atrás. Luego sintió desprenderse de si mismo, sintió sus piernas flotar independientes en su habitación, sintió sus brazos alejarse de él, su tronco girar sobre si mismo. 

Como un meteorito, se fue su cabeza. Furiosa y silente. Casi dormido, un último pensamiento llegó a él, ligero, apenas el eco o la huella de una frase escrita en una página anterior...

"El hombre siempre lucha contra su soledad". 

Theo volvió a ser gigante. 


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