Es
algo cómico, si se quiere, pensar que las necesidades de hoy, ayer
cuando estaban colmadas simplemente se me antojaban como excesos.
Era
casi tener la certeza de que mi vida podía seguir su curso aun si
dejara de tener ciertas cosas que, por estar, se me hacían
prescindibles. Y es hoy, cuando no las tengo, cuando más las
necesito. Cuando me doy cuenta de que nada me gustaría más que
llegar y ver que está ocupando mi lado de la cama, que nada sería
más perfecto que perderme en su calor y en su aroma, o simplemente
la notificación de un mensaje dando las buenas noches.
Ayer,
simplemente esos detalles los daba por hecho, y entonces buscaba todo
lo que no tenía, una experiencia más, algo que inventar, soñando
siempre con lo que adolezco, mirando hacia adelante, sin valorar el
presente.
Alguna
vez leí que lo que diferencia a los animales de los humanos es la
capacidad de imaginar y me pareció muy cierto, nunca nos situamos en
el hoy pues siempre estamos expectantes del mañana o nostálgicos
por el ayer y eso es un ejercicio de imaginación constante. Nunca
nos damos por satisfechos con lo que tenemos, hasta que llega una
noche fría, solos y rodeados de gente, en el que lo superfluo se
vuelve insoportable y lo único que queremos es ese calor, esa verdad
que eras tu.
Es
algo triste, si se quiere.