jueves

ABC

 He pasado mucho tiempo pensando en escribir, y cada día el malestar se acentúa pues siento que de haber empezado cuando comencé a pensar en escribir, pues ya habría escrito mucho, o al menos más de lo que llevo ya, estas tres líneas. 

Siento que tengo mucho que transmitir, solo que cuando me pongo, no encuentro como decirlo. Hay muchas cosas que no se pueden atrapar entre las infinitas combinaciones del abecedario. 

No todo merece ser publicado.

Miles

Pensaba en como podemos ser miles en uno. Estar multiplicados en imagenes que ni sabemos que existen.

Le parecía curioso como podemos estar en la mente de alguien. Simplemente ahí, una parte de uno -porque la imagen es parte de uno- razonaba. Un desdoblamiento de ti, que ni siquiera lo haces tu.


Satén

Siento que quiero leer algo que hable de ti. Una historia que relate los segundos previos a que despiertes.

Leer a un narrador omnisciente que describa como las sombras que preceden el alba se detienen en tu piel, besan tus párpados cerrados, se enredan en tu cuello, bajan por tus brazos, se profundizan entre tus dedos.

Quiero leer como las sombras asaltan tu cuerpo dormido, enmarcan tu silueta, te retratan a carboncillo, te besan en rincones insondables.

Tú, acostada, ida en tus sueños, no tienes idea de como las sombras te acobijan y se enamoran de ti, para luego ir desvaneciéndose, porque las sombras son un amor fugaz y lo saben. Se van sin rencor, sabiendo que mañana volverán.

Llega la luz.

Ella te baña. No soporta que la sombra te haya besado, la luz sí es rencorosa y celosa, y persigue a la sombra, la auyenta con su fulgor, te deslumbra y deja ver tus pequeños momentos: tu piel bajo la sábana caída, un pie que escapa de la manta, tus uñitas color crema, casi blancas.

La luz se estrella contra tus cabellos color noche, y los quiere vencer pensando que son sombras, pero no puede y resbala por ellos, para caer en tu frente, en las pecas de tus mejillas, en tus labios y ahí se queda, acurrucada en ellos.

Nunca antes se vio una luz queriendo dormir.

Tú, ajena a esta lucha de luces y sombras, tu echada sobre la cama, las manos tendidas en perfecto desinterés, la respiración acompasada que mueve tu pecho apenas visible bajo tu camisón blanco.

Tú, en otro universo y tan aquí.

Dormida, sin saber que entre las sábanas, en el lugar donde tu cuello se esconde tras el lóbulo de tu oreja, refugiada de la luz entre la almohada y la manta, una pequeña sombra atrevida te besa la piel.

Quise leer una historia que te viera amanecer, y luego supe que la tendría que escribir.

Spaghetti

 Más difícil es lo que pasa en la mente que lo que queda en el papel. 

Uno ve, como a través de un bosque tupido y oscuro lo que quiere lograr. No se ve todo, tan sólo una parte y el resto lo intuimos, pero cuando lo llevamos al papel, suele carecer de sustancia, como que es difícil atrapar ese intangible entre las letras. Se me agolpan recuerdos que no he vivido, y a veces los plamo en atmosferas que terminan siendo el recuerdo de alguien más. Tiene que ser, porque somos el todo y cada uno. 

¿Ven? Ya esto se volvió un spaghetti

Autum in New York

Acostados, uno junto al otro, la única luz que iluminaba la estancia era la de su móvil. Desde que la conocía ella solía jugar ese juego, una especie de Candy Crush, que según le había dicho "no tenía final", así que eran niveles y niveles con las millones de combinaciones que podían hacerse de un universo de vaquitas, solecitos, gotitas y demás fantasías campestres. Él no podía ver la pantalla del móvil, tan sólo podía verla a ella, y en realidad, con eso le bastaba. En su rostro se reflejaba una luz fría, azúl, interrumpida por destellos naranjas, sus ojos se movían con los estímulos de las luces, sin embargo su mirada lucía perdida, mirando más hacia adentro que a la pantalla, y mucho menos mirándolo a él. 

Una inmovilidad absoluta se apoderaba de su cuerpo, se sentía condenado a mirarla sin poder hacer nada. Segundo a segundo. Segundos que parecían siglos. Quería decirle algo, abrazarla, besarla, pero una garra le cogía por el cuello impidiéndole moverse, obligándole a contemplarla nivel tras nivel, eternamente. 

En la habitación sonaba "Autum in New York" y la voz de Ella Fitzgerald acariciaba la estancia. Unas horas antes, cuando manejaba de regreso a casa buscó en Spotify "Fitzgerald" y puso el playlist de Jazz que le sugirió la aplicación. Caracas estaba extrañamente melancólica -¿o sería él el melancólico?- salió de noche de la oficina y manejó bajo una lluvia incipiente que pintaba de colores las calles con las luces de freno y los faros de los carros como pinceles impresionistas de una ciudad decadente. 

Al llegar a casa la encontró en la cama, callada, apenas le saludó. Él, luego de cambiarse apagó las luces, puso el mismo playlist de Jazz y se acostó a su lado. Quería abrazarla. Aferrarse a su piel para decirle kinestésicamente cuánto la amaba, quería que su piel hablara, en lugar de su boca. Sin embargo ahí estaba incapaz de mover un dedo en su dirección, viéndola mientras la garra le apretaba la garganta. 

Temprano, ese mismo día habían discutido. Cayendo en una especie de espiral descendente al punto que lo que comenzó como un simple malentendido, se volvió una incómoda situación. A veces las palabras entorpecían todo, enlodaban lo que se pretendía decir y uno terminaba en una arena movediza, hundido hasta el cuello, cerca pero muy lejos. 

¿Cuánto tiempo había pasado mirándole? Ella ni por un segundo había despegado su mirada del móvil, y él sentía su tristeza vestida de indiferencia. Sentía que siempre le tocaba a él romper ese hielo, pedir disculpas, mediar de alguna manera, y estaba cansado. No recordaba la última vez que ella hubiese tomado la iniciativa de comenzar el fin de la discusión. Siempre era él, maquinando qué decir, como decirlo, para que no se prestara a dobles interpretaciones. Las palabras precisas para pedir disculpas, dejar claro su punto y además hacerle entender que la amaba con el alma. Palabras que no enlodaran las cosas, palabras que los salvaran, pero estaba cansado. Sentía que el hielo que debía romper siempre era el mismo, pero que su pica era más débil, y que esta vez no lo lograría. Armstrong rasgaba el ambiente.

"Autumn in New York
Is often mingled with pain
Dreamers with empty hands
May sigh for exotic lands"

¿Cuántos niveles llevaría de aquel juego? Tanto amor y tanta incapacidad para comunicarlo. No se movió, no la besó. Ella no le miró. "Que tonto juego" pensó. 

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