–“Hay tan poco amor en el mundo.”
Michael Cunningham – Las Horas
"–como aquella escena en “American Beauty” en la cual una bolsa de plástico baila en el viento-" |
-Entonces, ¿cómo hacemos?- Preguntó.
Tras las gafas de sol la miraba fijamente,
pudo ver su rostro dubitativo y finalmente la hendidura que se formó en su
mejilla cuando chasqueó con la lengua a punto de decir la única solución que
parecía ocurrírsele, la escuchó.
-Nos tenemos el uno al otro, no es nuestra
culpa que todos se empeñen en andar ciegos, en creer que esta comida, esas
historias, esa música les llena. Total, con tenerte a ti, me basta.-
Intuía esa respuesta, la conocía, la amaba,
sin embargo muy adentro se negaba a vivir con ella nada más, sentía necesidad
del mundo, de otras personas –sería tan maravilloso no llegar seriados al
mundo, no haber salido de esa fábrica que juntó a mis padres y a sus padres y
así a cada pareja desde que la gente decidió dejar de pensar y unirse a la
monotonía, a la maldita corriente.- pensaba.
La conversación entre ellos carecía del
andamio que suele enmarcar cualquier conversación, muy pocas veces se
preguntaban por la familia, hablaban del clima o de política. Se llamaban
cuando sentían una duda profunda, la necesidad de algo real. Normalmente se
increpaban con la pregunta, sin ningún tipo de ceremonia previa.
Andrés era quien más preguntaba, la llamaba de
madrugada o la interrumpía en medio de un almuerzo de negocios. Andrea solía
despertar o interrumpir la conversación para responderle de inmediato, a veces
era una respuesta corta, un “si” o un “vete a la mierda”, otras simplemente le
daba una hora y un lugar. Eso significaba que tenía que pensar la respuesta, se
encontraban en alguna esquina y entraban a la primera cafetería que se les
cruzaba en el camino, pedían un café y súbitamente ella le daba su opinión. Ese
día Andrés le había llamado a primera hora de la mañana mientras ella se vestía
para ir a trabajar, había despertado temprano, se había ejercitado, bañado, secado
su cabello, cubierto su cuerpo de crema humectante y se estaba abotonando uno
de los trajes ejecutivos que usaba para las reuniones importantes cuando sonó
el móvil, miró instintivamente la pantalla en la cual simplemente decía “A.” en
ese instante se percató de que esa mañana había hecho toda la actividad previa
a la llamada sin siquiera darse cuenta de lo que hacía, estaba sedada, con la
cabeza en otra parte y Andrés siempre tenía la capacidad de regresarle a
tierra, su primer acto conciente ese día fue sonreír –bonita manera de comenzar
a vivir- pensó y contestó la llamada.
-¿Vamos a vivir la vida o simplemente
seguiremos respirando, cagando y gastando hasta morir?- preguntó “A.”
-Nos vemos a las 6:16 en la esquina de la Plaza Altamira ,
junto a la parada del MetroBus- Respondió aun con la sonrisa en el rostro y
colgó.
Ahora, en un pequeño café de Los Palos Grandes
“A.” le miraba tras las gafas de sol, a pesar de que ya estaba oscuro.
Pidieron dos cafés.
-¿No lo ves?- Dijo “A.”-Podríamos haber pedido
una merengada de mierda e igual nos habrían traído café, ese es el problema,
todo el mundo pide café, el resto de las personas que no piden café se dedican
a servirlo, sin escuchar, pues ¿para qué escuchar?, si todo el mundo pide café.”
– sonrió irónicamente al tiempo que colocaban frente a ellos dos deliciosas
tasas de capuchino bien espumoso. Andrea le devolvió la sonrisa.
Desde niña había leído literatura chatarra de
escritores que hablaban sobre “las pequeñas cosas”, canciones que le decían que
había que vivir el momento, películas que mediante una buena fotografía hacían
ver cualquier momento cotidiano –como aquella escena en “American Beauty” en la
cual una bolsa de plástico baila en el viento- como un momento sublime. Sin
embargo, hasta la llegada de “A.” Andrea entendió que era necesario algo más
que una observación intensa, que entornar fuertemente las cavidades oculares o
escuchar atentamente para intentar atesorar el recuerdo, eso no era del todo
suficiente, se necesitaba una vivencia concienzuda, saber, preguntarse,
sentirse a uno mismo, era necesario más que ser solamente receptor del momento
-pues la vida no pasa frente a uno, pasa con uno dentro, nos modifica, la
modificamos, somos parte, no espectadores- “A.” se lo había demostrado.
Y ese día le daba otra lección, pero esta idea
ya venía formándose en la cabeza de Andrea, era –pensaba- el resultado lógico
de una humanidad ensimismada.
-¿Has notado que te puedes andar todo el día
por la calle sin ver siquiera un solo rostro?- dijo ella- Tal vez realmente
estemos solamente tu y yo en el mundo, me resulta fácil creer que somos dos
ratas de laboratorio en el experimento de algún creador solitario –bebió un
sorbo de café, ya estaba un poco frío- todo esto que nos rodea puede que no sea
más que escenografía y las personas que conocemos podrían pasar por títeres,
tuve un noviazgo que duró 3 años y puedo decir que no le conocí, ninguno de los
dos hizo el intento ¿no es eso andar con una marioneta?-
“A.” se quedó serio, pensaba en que siempre es
mejor despertar, o intentar despertar así se muera en el intento, que ceder a
la morfina. –Si, es porque he notado que nadie habla y que como nadie habla
nadie escucha, por eso me ha nacido la pregunta- hablaba con la cabeza
apuntando a un costado de Andrea, se intuía que tras las gafas miraba a otro
lugar, que tenía la mirada perdida -parece un ciego – pensó ella.
-Nadie se sienta en un parque simplemente a
observar- continuó- y si alguien lo hace
la gente comienza a sentirse incómoda, pues en este mundo, ser observado
incomoda, a menos que sea un viejo, con los viejos no hay problema pues si
despiertan de igual manera no les falta mucho para “dormir” de verdad.- Bebió
un sorbo de café. Andrea le miraba, observaba sus labios, su barba incipiente y
al mismo tiempo pensaba en una frase de un libro que acaba de leer –“Hay tan
poco amor en el mundo”- y era cierto.
-Vivimos la vida creyendo que tenemos amigos,
familiares, pero los tenemos a ellos tanto como tenemos la ropa que vestimos, realmente
no tenemos nada.- respondió- No nos importa si sufren, si aman y dime Andrés
¿por qué habría de importarnos? ellos realmente no quieren ser conocidos,
realmente no quieren abrirse pues abrirse es vulnerarse y a nadie le interesa
eso. Esto de “despertar” solamente funciona si al menos dos quieren abrir los
ojos. Por eso te digo, nos tenemos el uno al otro.-
“A.” le escuchaba callado. Tenía la mirada
empañada por las lágrimas, pues realmente le dolía entender que mucho de lo que
había percibido de otros no era más que una representación, aquello que “se
debe hacer” y que “debe aceptarse” en la vida. Lloraba porque eran 28 años de
mucha mentira, tal vez menos, unos 20 años de falacias, pues de niño había
vivido sin guión, hasta que el “ser colectivo”, ese esbirro que es la sociedad
le había obligado a “comportarse”. De niño jugaba, cantaba, golpeaba, sentía
dolor de verdad, se mostraba realmente. –ahora hasta la ropa es de utilería-
pensaba.
Sonrió –Seamos niños de nuevo- dijo mirando a
Andrea, ella no pudo resistir la tentación, se abalanzó sobre él y con inmensa
ternura le besó, al besarle sintió una fría lágrima que se deslizó bajo sus
gafas, suavemente se las quitó y pudo ver sus ojos café, su mirada aguada, sus
pestañas empapadas. Bajo su ojo izquierdo se extendía la sombra morada de un
golpe.
-Más vale sentir la vida así sea a punta de
golpes que vivir dormido Andrea- dijo él antes de que ella pudiera preguntar.
Permanecieron con los rostros pegados, sin
besarse, sin mirarse, sintiendo la piel, mientras el café se enfriaba. De
pronto “A.” sintió como se levantaba una certeza desde su interior. En la vida,
al tenerla a ella, tenía todo, de nada servían todas las mujeres de cartón, de
plástico, artificiales, encerradas en si mismas sin mirar ni mirarse. De pronto
la estructura del mundo se le hizo obsoleta. Suavemente, al oído de Andrea
preguntó -¿y si decidimos morir?-
Andrea apretó su mano, entendía perfectamente
la pregunta/propuesta de “A.” también a ella le costaba vivir entablando
conversaciones sin sustancia, trabajando por papel, bebiendo para emborracharse
y tener la alucinación de que se vive una vida. Entendía que los artilugios, el
perfume, el maquillaje, la ropa, era utilería, su personaje era la ejecutiva
exitosa, joven, con postgrados, amable con la gente, con los perros, aquella
que amaba a sus padres, la que hacía cosas por los demás. Pero con “A.” podía
despojarse de todo eso, podía ser ella incluso sin un nombre o un apellido que
le pusieran un título de niña de familia. Le pareció que verdaderamente la vida
solo era vida gracias a “A.”, que podría morir junto a él y a pesar de ello
nadie abriría un solo ojo para ver la vida. La muerte se le hizo factible.
Gracias
a Andrés, el sexo, la comida, la música, los placeres y los dolores, el llanto,
la soledad, adquirían una nueva dimensión pues eran actos conscientes. No eran
la mera coyuntura de que “existen mataderos y la gente come carne, por eso hay
un bistec en mi mesa”. No. Era la decisión lúcida de querer probar, de comer,
experimentar la vida a pesar de que el chef te sugiera un “T-bone steak”. La
vida era poder mirar mil rostros sin facciones al día y al final del mismo ver
la boca, los ojos, las cejas, el cabello despeinado, su lunar bajo el ojo, cada
pequeña marca del rostro de “A.” cada detalle que le decía que era real. Y esos
ojos que revelaban su alma.
Acercó su cara más a la de él y suavemente respondió
-Vete a la mierda Andrés-, mojó sus labios y le propinó un beso húmedo, lento,
en el lóbulo de la oreja.
Un certero escalofrío, como la vibración de mil tambores simultáneos, recorrió al instante el espinazo de “A.”. Tembló.
Un certero escalofrío, como la vibración de mil tambores simultáneos, recorrió al instante el espinazo de “A.”. Tembló.
Andrea, con una ligera sonrisa en sus labios, respondió –a los
muertos no les da escalofríos-.
A. Bolaños C.