miércoles

El café y la hormiga

"Todo viaje empieza hoy 
Ya me leí el ayer 
Nos vemos mañana..." 
Sube el humo - Cúltura Profética 
  Sobre la mesa se había enfriado la taza de café, esta se había desbordado un poco al momento en que la colocó sobre la tabla y había dejado sobre la superficie una huella de algo parecido a la silueta de un planeta lejano, hecho de suspiros y recuerdos en sepia. Contemplando la taza, se encontraba Sandra con tan sólo una camisa blanca de algodón cubriendo su cuerpo y las medias  que solo se ponía cuando hacía frío o se sentía triste, ese día hacía calor. Sus ojos de avellana habían visto subir y desaparecer el calor de la taza a través del humo que en arabesca danza se elevaba hacia el techo. En cada giro que dio el humo mientras esperaba, pudo recordar cada sonrisa que le brindó, cada película que vieron juntos y cada mirada silenciosa que se brindaron bajo las sabanas, un nudo amargo creció en su garganta.
Una última espiral de vapor se perdió en el ambiente y la quietud de la casa a las seis de la tarde se le hizo exasperante, decidió llamarle. Tomó el teléfono móvil y marcó el número casi por inercia, el número que tantas veces había marcado. Él no respondió y la contestadora automática fue el único consuelo de escuchar su voz que Sandra pudo tener, en los segundos que duró el mensaje un torbellino de rabia e impotencia creció en su interior, quería decirle cosas que lo hirieran y le hicieran regresar, quería gritarle y que ese grito lo tomara por el pecho y lo trajera directo a ella, quería que su voz le mostrara sus ojos de avellana llorando, su cuerpo desnudo del cual él se estaba perdiendo, sus uñas rojas que estúpidamente había pintado para él y que ahora eran presa del implacable roer de sus dientes y sus nervios. Sandra lo odiaba y por eso mismo le amaba, pues nadie como él había logrado despertar en ella sentimientos tan fuertes, ella sabía que lo que ayer había sido amor y hoy era indudable odio rencoroso, odio por el desprecio, difícilmente podría llegar a ser amor otra vez, pero a pesar de eso lo quería de vuelta, prefería poder odiarlo que yacer inerte, que ser café frío, que sentirse sola en el mundo. Pues sin sus besos no sería más que una fotografía descolorida, abandonada en el último cajón de la casa de playa y sin sus caricias Sandra sentía su piel como madera mojada, incapaz de incendiarse. Sandra, hermosa, sola y callada, sabía que si él no regresaba, toda canción le hablaría de esa historia, le hablaría de ella, fracasada, incapaz de retenerle, una mujer solitaria ante una vida quieta.
El cuello de la camisa de algodón aún olía al perfume que él usaba para ir a trabajar, era una camisa sucia y ella la tomó del cesto pues la desesperación le llevó a escudriñar en agujeros, buscando su calor y encontrando solamente razones para sentirse cada vez más miserable. La casa se tiñó de penumbras, no se molestó en encender ninguna luz, prefería que todo quedara así, pues en total oscuridad el tiempo no parece correr y eso precisamente quería ella, fingir que todo había sido un ataque de pánico a la hora del ocaso, un delirio de mujer histérica y que al cabo de un rato él llegaría, con el tintineo de sus llaves, con el taconeo de sus zapatos de ejecutivo, lanzaría el maletín en el sofá y la sorprendería con un beso en el cuello.
La casa se hizo fría, el duro piso le mallugaba los huesos y el dolor le obligaba a permanecer despierta con los ojos fijos en el teléfono móvil, esperando una llamada, un mensaje, una señal que la sacara del trance y le devolviera la vida. Y sopló el viento, la desesperación se asentó hondo en su pecho hasta casi no sentirse ya, Sandra entró en un catatónico estado de quietud, los ojos abiertos, casi secos de tanto llorar, las extremidades dormidas y la respiración baja y acompasada.
Nunca supo Sandra cuánto tiempo permaneció sobre el piso, pero al cabo de lo que bien pudieron ser minutos u horas sintió un pequeño cosquilleo en su cadera, al mirar advirtió una diminuta hormiga trepando por su cuerpo, esta resbalaba y volvía a subir, siempre perseverante, dispuesta a pasar el obstáculo que Sandra significaba en su camino. Sandra miró alrededor, todo estaba mucho más claro, la luz de la luna se filtraba por la ventana abierta y reflejaba sobre el suelo a pocos metros de ella el movimiento de las sombras que las nubes viajeras proyectaban, la luz bañaba el piso y la mesa sobre la cual permanecía intacta la taza de café con su planeta de sepia dibujado bajo ella. En lo alto de su cadera la insistente hormiga estaba completando el camino. Sandra reaccionó, paradójicamente el teléfono móvil permanecía muerto y ella iba descubriendo poco a poco que la casa rebosaba vida. Aún sin moverse pudo sentir más claro y vivo que nunca cada una de las patícas de la hormiga, sintió el peso de su cuerpo sobre el piso, sintió como una brisa llegaba y movía sus cabellos; entonces contra todo pronóstico, en la mesa bañada por la luz lunar, de la inerte taza se desprendió un nuevo hilo de humo, muy delgado y apenas perceptible.

En su rostro, poco a poco se fue dibujando una sonrisa y es que a pesar que el dolor no había cesado y que aún los recuerdos le dolían muy hondo, estos le dolían sin él, sentía a la hormiga y la brisa, veía el humo ascender y las nubes correr, sola. Finalmente, Sandra quedó descalza. 

A. Bolaños C. - @snooprave 

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