miércoles

Por siempre espérame, que estoy viajando

Hasta los que permanecen viajan en los hombros del tiempo.



En el mundo hay personas cuya esencia se mezcla con lugares, se enreda entre los muebles o se incrusta en la piedra mohosa del jardín, hay personas cuya mirada encaja perfectamente con el paisaje de su balcón, son esas personas que si la miras desde atrás mientras esta se asoma en la ventana, te parecerá de lo más natural ver su silueta perfectamente acoplada a los ángulos rectos y vertiginosos de los edificios del paisaje, como si esta formara parte del mismo, y lo forma. Pues son personas para quedarse, son aquellas que están y que dan coherencia al lugar.

Están ellos y estamos nosotros: los viajeros.

Una vez me pregunté ¿Por qué me sentía viajero si toda mi vida he vivido en el mismo lugar y muy poco he salido del país? Y la respuesta vino a mi a la mañana siguiente, cuando al salir de casa no noté nada familiar pues estaba mirando hacia otro lado, encontrando otra perspectiva a las cosas, y no es que yo estuviese caminando de espaldas para tener otra visión, es que a cada segundo pasan cosas distintas y si tu mirada está presta a sorprenderse notarás los cambios, eso significa un viaje en sí mismo. Uno de niño no aprende los caminos de memoria porque en vez de andar (como los adultos) tratando de encontrar patrones y similitudes para memorizar, el niño anda buscando aquello que cambia, entonces hoy cayó una hoja frente a sus ojos e inevitablemente la mirada del niño se desvió, sonó la bocina de un carro y el niño volteó, cada mañana el pequeño emprende un camino nuevo, realiza un viaje inédito, sencillamente no permanece pues se mueve con la vida y esto, sobre todo en los niños, es mucho más evidente pues ellos crecen y cambian muy rápido y cada día son otro.
El que viaja, el niño eterno, puede hacer de una ducha rápida un viaje, pues tiene la capacidad de sentir en su piel cada gota, cada enjabonada como si fuese la primera y realmente lo es, pues esa gota no cae dos veces. El viajero viaja al dormir, es muy común, sueña con momentos y lugares, viaja cuando hace el amor pues entiende que la piel que hoy toca no es la misma de ayer, la de ayer yace agolpada en los rincones de la habitación, mientras que la de hoy se crispa entre las caricias, se estremece con los besos y tiembla en los orgasmos. Y hay, desde luego viajes solitarios y viajes compartidos, están aquellos que emprendemos hacia dentro de nosotros mismos y que nos obligan a crecer, están aquellos que pueden suceder en segundos al mirar a otra persona y descubrir que esa persona también es un viajero y que tomará tu mano para emprender el camino.

Al viajero le cuesta permanecer, por eso se le nota distraído o ansioso cuando lo obligan a centrarse en lo duradero, cuando llega alguien y coloca delante de él un "quédate" y le obliga a mirarlo. El viajero tiende a abandonar todo lo que no sea viajar, pues para él todo eso que no es viajar es simplemente nada. Y si los besos se vuelven cenizos y las caricias acartonadas, encontrarás al viajero marchito y taciturno.


Pero todo viajero precisa de una salida y una llegada. Necesita volver, reencontrar. Y todo aquel que permanece, que no viaja pues no es su naturaleza, necesita un asunto por el cual quedarse y aguardar. Esperar por el eco de los pasos en el pasillo, por el tintineo de las llaves al girar y por la mirada que aguarda tras el repetitivo camino de la puerta.


Por siempre espérame, que estoy viajando.


A. Bolaños C. - @snooprave

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