domingo

La Imagen



 "Nadie debiera estar solo en su vejez. 
Pero es inevitable que así sea".
El viejo y el mar - Ernest Hemingway
En la página 14 de este libro guardado, puro polvo y humedad, hay una mancha, una pequeña mancha color marrón, tal vez de ese café que tomabas aquel día en que te regalé este libro que entonces era brillante, de páginas crocantes, más blancas que las nubes que poblaban el cielo cuando reímos en el parque. El libro es inútil, cuenta una acartonada historia de amor de cualidades impersonales. Es una historia tonta, imaginada probablemente por algún tonto con ínfulas de escritor, cuyo padre, que tal vez era dueño de una editorial, consintió en publicar.
Lo compré aquella tarde de otoño, cuando caminaba por el puerto. Iba de abrigo y sólo se podían ver mis huidizos ojos examinando los colores de las mercancías que colgaban a las puertas de las tiendas. Entre dos grandes almacenes sirios encontré a un viejo vendedor de libros usados, estaba sentado junto a la pared, y a sus pies, una manta con 5 o 6 libros regados sin ningún orden, algunos incluso con la contraportada hacia arriba, de manera que no se lograba leer ni el título, ni el autor.  Entre estos libros, todos con aspecto viejo, maltratados, algunos al borde de su vida útil, se encontraba un pequeño libro casi nuevo. No reparé en su título, ni en su autor. Fui seducido de inmediato por la imagen que lucía en su portada.
Era una especie de fotografía o dibujo hiperrealista, en ella se podía ver una iluminada habitación, una gran ventana perfectamente cuadrada por la cual se filtraba una luz muy blanca que bañaba la canosa cabellera de un viejo que sentado frente a una máquina de escribir contemplaba una hoja sobre la cual no había plasmado letra o palabra alguna. En la imagen no podía verse la cara del anciano, pero se intuía una angustia, la fina y subyacente angustia de éste frente al blanco papel. La imagen me cautivó.
Han pasado muchos años mi amor. Tú ya no estás, te fuiste con la marea de la playa aquella donde solíamos reír y callar. Hoy, tardíamente descubro que este libro aparece en mis recuerdos más amados. En esa playa junto a tu bolso escarlata, al borde de la toalla, semi hundido en la arena y aquel viejo aún sin poder escribir. En nuestra habitación, todo a media luz, la cama revuelta, tú con el torso descubierto, tus senos al aire y el cabello negro, muy negro, bañando la almohada, desde la puerta del baño, sólo podía ver tu blanco cuerpo sobre la cama, soñabas probablemente con cronopios. Y tirado en el suelo, el libro y aquel viejo, su angustia latente y la hoja en blanco.
Por dios que recuerdo, amor mío, el día en que te fuiste, con aquel vestido verde y los aretes de perla, besaste mi mejilla y me diste a entender que se habían acabado las tardes de besos, las noches de Poe y las comidas furtivas en la cama. Aquél día diste vuelta y por última vez percibí el aroma a naranja fresca que expedía tu cabello, ese día mi vida, te llevaste todas las naranjas del mundo cuando me dijiste adiós. Quedé en penumbras, quedé desnudo como siempre que estábamos solos, en el medio de la sala, con la mirada fija en aquel tonto libro que permanecía sobre la mesa junto a tu plato de desayuno con aquel rancio pan a medio comer. Un viejo triste y el sonido del mar colándose por la ventana.
Hoy, tengo la piel curtida de tanto navegar la mar, tengo el pellejo casi de un color naranja, pero no es naranja pues todo lo naranja se fue contigo. Hoy tengo la sien blanca, disfruto de pequeñas cosas que a nadie interesan, pesco muy poco y la mitad de mi pesca la devuelvo al mar.
Esta mañana llegué a la vieja cabaña, mi hogar, y me di cuenta que no recuerdo tu cara, te recuerdo perfectamente, casi puedo tocar tu cuerpo, pero de tu rostro tan solo tengo la escueta imagen de este volteando y el aroma a naranja golpeando mi nariz. Desesperado revolví la biblioteca, busqué en los estantes. Recorrí la casa como un animal enfermo de rabia, los ojos enrojecidos, los puños apretados, volcando todo a mi paso, la cama, las ollas negras que duermen sobre la cocina, el viejo tocadiscos, la lámpara de gas.
Ya exhausto, al final de una pila de libros que yacían en el rincón más oscuro de la casa, bajo una película de polvo, encontré este viejo libro que un día te regalé. Ahora me encuentro sentado frente a la máquina de escribir junto a la gran ventana perfectamente cuadrada de mi cabaña, por ella se filtra una luz muy blanca y el rocío del mar baña ligeramente mi piel, he derribado el muro blanco que me impedía ver tus ojos, hallé una manera de recordarte, ahora dibujo tu rostro palabra a palabra, frase a frase y hasta he recordado que este añejo libro en la página 14 tiene una mancha de café.


A. Bolaños C.- @snooprave

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