Una vez quiso recorrer con su dedo una
espalda. Cuando la vio por primera y única vez el sol la acariciaba
dulcemente, eran las primeras horas de la mañana y la playa estaba
desierta. Él, a unos metros podía, a través de sus gafas de sol,
ver las sutiles lineas de su fina espalda, sus tiernos vellos dorados encresparse con la brisa matutina para luego aplacarse con el tibio
sol. Desde la T que formaban sus hombros en conjunto con la linea
suave y ligeramente cóncava de su columna hasta la perdición en los
hoyuelos de su espalda baja, era la metáfora perfecta del cielo,
el purgatorio y el infierno y él sin duda quería recorrer los tres
sitios con la yema de su dedo, comenzar suavemente en la peca sobre
el hombro izquierdo e ir avanzando horizontalmente hasta el lunar
sobre el omóplato derecho, luego caer sobre su columna y tocarla
suave, casi imperceptiblemente, sentir cada vello, cada poro, cada milímetro de piel, descender como como linea de agua por el canal de su espalda, sentir su respiración y el eco de los llantos y las
risas que aún resonaban en sus cavernas internas, recorrer en ella
todo tiempo vivido, todos los sueños dejados atrás por esa espalda
y en el idioma del tacto insinuarle que mientras durase el contacto
todo de nuevo podía ser.
A. Bolaños C. - @snooprave