miércoles

Por siempre espérame, que estoy viajando

Hasta los que permanecen viajan en los hombros del tiempo.



En el mundo hay personas cuya esencia se mezcla con lugares, se enreda entre los muebles o se incrusta en la piedra mohosa del jardín, hay personas cuya mirada encaja perfectamente con el paisaje de su balcón, son esas personas que si la miras desde atrás mientras esta se asoma en la ventana, te parecerá de lo más natural ver su silueta perfectamente acoplada a los ángulos rectos y vertiginosos de los edificios del paisaje, como si esta formara parte del mismo, y lo forma. Pues son personas para quedarse, son aquellas que están y que dan coherencia al lugar.

Están ellos y estamos nosotros: los viajeros.

Una vez me pregunté ¿Por qué me sentía viajero si toda mi vida he vivido en el mismo lugar y muy poco he salido del país? Y la respuesta vino a mi a la mañana siguiente, cuando al salir de casa no noté nada familiar pues estaba mirando hacia otro lado, encontrando otra perspectiva a las cosas, y no es que yo estuviese caminando de espaldas para tener otra visión, es que a cada segundo pasan cosas distintas y si tu mirada está presta a sorprenderse notarás los cambios, eso significa un viaje en sí mismo. Uno de niño no aprende los caminos de memoria porque en vez de andar (como los adultos) tratando de encontrar patrones y similitudes para memorizar, el niño anda buscando aquello que cambia, entonces hoy cayó una hoja frente a sus ojos e inevitablemente la mirada del niño se desvió, sonó la bocina de un carro y el niño volteó, cada mañana el pequeño emprende un camino nuevo, realiza un viaje inédito, sencillamente no permanece pues se mueve con la vida y esto, sobre todo en los niños, es mucho más evidente pues ellos crecen y cambian muy rápido y cada día son otro.
El que viaja, el niño eterno, puede hacer de una ducha rápida un viaje, pues tiene la capacidad de sentir en su piel cada gota, cada enjabonada como si fuese la primera y realmente lo es, pues esa gota no cae dos veces. El viajero viaja al dormir, es muy común, sueña con momentos y lugares, viaja cuando hace el amor pues entiende que la piel que hoy toca no es la misma de ayer, la de ayer yace agolpada en los rincones de la habitación, mientras que la de hoy se crispa entre las caricias, se estremece con los besos y tiembla en los orgasmos. Y hay, desde luego viajes solitarios y viajes compartidos, están aquellos que emprendemos hacia dentro de nosotros mismos y que nos obligan a crecer, están aquellos que pueden suceder en segundos al mirar a otra persona y descubrir que esa persona también es un viajero y que tomará tu mano para emprender el camino.

Al viajero le cuesta permanecer, por eso se le nota distraído o ansioso cuando lo obligan a centrarse en lo duradero, cuando llega alguien y coloca delante de él un "quédate" y le obliga a mirarlo. El viajero tiende a abandonar todo lo que no sea viajar, pues para él todo eso que no es viajar es simplemente nada. Y si los besos se vuelven cenizos y las caricias acartonadas, encontrarás al viajero marchito y taciturno.


Pero todo viajero precisa de una salida y una llegada. Necesita volver, reencontrar. Y todo aquel que permanece, que no viaja pues no es su naturaleza, necesita un asunto por el cual quedarse y aguardar. Esperar por el eco de los pasos en el pasillo, por el tintineo de las llaves al girar y por la mirada que aguarda tras el repetitivo camino de la puerta.


Por siempre espérame, que estoy viajando.


A. Bolaños C. - @snooprave

jueves

Un párrafo



párrafo.
(Del lat. paragrăphus).
1. m. Gram. Cada una de las divisiones de un escrito 
señaladas por letra mayúscula al principio de línea 
y punto y aparte al final del fragmento de escritura.



Alguien. Alguien que te haga escribir un párrafo, tan solo unas lineas para explicarle que si alguna vez llegaste a anhelar escribir a alguien un párrafo, ese anhelo ha sido satisfecho, pues por ella comenzaste esto con mayúscula y terminaste con punto final.

miércoles

Somos tan dos



Busco el escenario virtual en el cual, supuestamente, esto funciona. Tu acá, yo allá, te creo al lado mio y pienso que para ti todo esto tiene sentido, que comprendes el aire del ventilador, el vasito de agua junto a la cama y los cables atravesados para no desconectarme de ti. Me crees al lado tuyo y piensas que puedo con eso de la montaña y el aire libre, que paz y amor que sonrisas y buena vibra. Me crees allá, te creo aquí, entonces nuestros supuestos ideales se convierten en un burdo y cómodo pantalón con liga que se adapta a nuestros sueños, se ensancha, se ensancha y al estirarse va perdiendo imperceptiblemente su forma, un milímetro cada cien años. No te das cuenta, ni yo.

A. Bolaños C.

lunes

para escribir asi, debes sentirte enamorado todo el tiempo? digo, por tu blog

Hola, pues creo que estar "enamorado" es un estado anímico muy efímero, pasajero. Sí, soy muy enamorado, pero más allá de la euforia momentánea que supone el enamoramiento, me he empeñado en la energía que rodea la vida, que nos llena a cada momento y que muchas veces ignoramos por lo "cotidiana" que es, más por cotidiana no deja de ser maravillosa y sublime. Entonces escribo e intento que mis escritos cumplan una función dual de propósito y contenido, escribo por el amor y escribo sobre el amor, no solamente el amor a otro, no solamente el amor a algo, escribo sobre el amor a la vida, sobre el amor que puede llenar el más simple acto... Mis escritos muchas veces reflejan situaciones de parejas, momentos íntimos, pues creo que en esos momentos, cuando uno o los dos se encuentran desnudos en cuerpo, en sentimientos, en verdades, son los momentos en que el amor fluye más armoniosamente, pues no hay mejor conductor para el amor que la verdad de dos cuerpos y dos almas que se quieren.
Sobre eso escribo, no todo el tiempo siento las emociones y sentimientos que describo en mis escritos, en su mayoría son historias ficticias, pero siempre he procurado que el acto que me impulse a escribir y crear historias sea el amor... Por eso suelo sonar enamorado.

miércoles

Nada más


 Esto no es más que un beso, y un beso es mucho más de lo que te puedo contar. Esto no es más que mi respiración tranquila que vibra en tu oído y eso, eso es mucho. Esto no es más que mis dedos bailando y resbalando tontamente en el contorno de tu cara, tus ojos cerrados y los míos abiertos. Sabes bien sobre lo que estoy hablando, pues esto no es más que un cuento mío sobre nosotros dos.

De pronto la vida es tan ligera. Suena una alegre canción francesa, me encuentro sentado en la cama, los pies estirados, un poco de calor, me arrimo un poco, ya está, el aire del ventilador me refresca, porque de pronto la vida es sencilla.

Ella estuvo aquí hoy, no hicimos mucho, conversamos, nos miramos, nos besamos, reímos, comimos, nos volvimos a mirar, escuchamos música y con la mirada ausente del que escucha y no presta atención a lo que mira, nos volvimos a mirar. Fue un rato, no más, unas dos o tres horas, luego la acompañé, un beso, otra sonrisa, una nueva mirada buscando no olvidar y se fue... De regreso respiro tranquilo, es que de pronto la vida es tan clara. Me siento en la cama, no me gusta lo que suena en la tv, cambio el canal, no me gusta lo otro y simplemente apago el televisor. Buscaba escuchar Pearl Jam y me topé con Combo París, una voz parisina suena vibrante y simple, como hablando del amor y ya, nada complicado, o tal vez hablando de un desayuno de pan con mantequilla, un paseo sin razón, la gota de lluvia rezagada en la ventana, suena la canción, una trompeta. Yo, una imagen, mil imágenes, las veo y la que mejor me entiende es esta de blanco papel, complaciente, juguetona, presta a escribirse y borrarse conforme tecleo, siempre dispuesta a escuchar mi historia, mi cuento, a escuchar como esta tarde ella vino y me hizo la vida un mil por ciento más ligera, casi como un velo transparente volando en el aire, sin rumbo, solamente por el simple placer de volar. Que yo escriba esto no tiene sentido y no importa el sentido, es tan sólo el gusto de teclear y mientras tecleo recordar sus cabellos sobre mi pecho, una mirada, recordar sus uñas pellizcandome pícaramente, recordar una sonrisa y luego una broma, luego otra mirada. Siempre nuestras miradas.

Ninguna estrategia se sostiene ante ella y su sonrisa, ningún plan, ni siquiera el sueño de un futuro sobrevive a la simple estampida de su presencia, pues es como una brisa tranquila que te borra los pensamientos y te deja apreciando tan solo las hojas que el viento barre, sin preocupaciones, sin ayer, sin mañana, tan solo el momento pleno de la vida en el ahora, más nada. Eso es ella. Ya no es la urgencia del mañana, tal vez más tarde lo será, pero ahora es simplemente este momento, las palabras, esta deliciosa música francesa y la historia sin sentido que se va construyendo a través del colador de pensamientos que mis dedos representan, y es eso, eso y nada más, porque ella estuvo, porque ella sonrió, porque me mostró que la vida puede ser esa luz blanca que entra por mi ventana al final de la tarde, porque la vida puede ser tan solo un beso a la semana y seguir muy bien, seguir en música, seguir en chocolate, seguir en sus pecas y en mi cabello revuelto por sus manos. Nada más.

Es el ahora. De pronto la vida es tan azucar brillante sobre el blanco mesón de la cocina. Es como agua fresquita y lavarse la cara con ella. Es sonreír, sonreír para nadie más que para uno mismo, sonreír por dentro, callado y música en la cabeza. De pronto la vida no es sospecha, no es secreto, todo está expuesto y todo es natural. De pronto la vida es su beso, sus labios semi secos y mi lengua mojándolos.

El Pescador


A Karolina


Una vez leí una historia de un pescador muy viejo, acostumbrado a pelear su pesca y a obtener de ella peces muy grandes y gordos, buenos para comer, solamente para eso. El Pescador pescaba en alta mar entre sol y tempestad; un día, tras una gran tormenta este perdió su rumbo y encalló con su bote en un banco de arena próximo a un arrecife, solo, con poca agua para beber y unas cuantas carnadas para su pesca de alta mar.

Al cabo de unas horas, viendo sus pocas probabilidades de salir del naufragio se dispuso a pescar pues el hambre lo atacaba, colocó un gran señuelo en su anzuelo y lo arrojó al mar, esperó y esperó pero nada, al sacar el anzuelo descubrió que la carne había desaparecido y el metal yacía sólo, no podía entender ese extraño suceso, él, un pescador de muchos mares, no había logrado pescar para sobrevivir. Él, un hombre acostumbrado a la acción entre las olas tuvo que hacer un esfuerzo y observar pacientemente, arrojó otra carnada al agua cristalina pero al cabo de unos minutos nada había pasado, agotado cayó dormido a la hora del ocaso.

Ya con la luna muy alta sobre su cabeza y su diáfana luz bañando el refulgente y manso mar el hombre despertó y en la ensoñación del que recién despierta recordó la canción que siendo un crío en cuna le cantaba su madre, una canción antiquísima, más una melodía del tiempo, sonidos y compases, que una canción con letra, y, a pesar de no tener palabras, sus sonidos y tonos hablaban claramente de las primeras olas del tiempo y de los primeros hombres que entre ellas se perdieron. Entonces el hombre solitario entonó desde su garganta el canto con la mirada perdida entre las aguas, ausente. Al instante, mientras cantaba divisó entre las aguas un destello plateado, era un pequeño pez, el pez más hermoso que haya visto jamás, tenía en sus escamas el color de la luna y en sus aletas el color del alba, sus oscuros ojos tenían la profundidad mil mares y la aleta de su cola era larga y bailaba graciosamente entre las aguas con un color verde esmeralda que iba degradando hacia un verde oscuro, tan oscuro como sus diminutos ojos. El Pescador inmediatamente sintió una punzada en el abdomen, no era hambre, era la irrefutable certeza de que estaba viendo lo más hermoso que en su vida había visto y que como todas las cosas hermosas, esa visión que le revelaba en una imagen todos los atardeceres del mar, desde que fuera un niño y jugara en las tranquilas playas de su puerto natal, esa visión que le mostraba todas las estrellas que le coronaron en las noches claras cuando salía solo a la mar en comunión con los vientos y las nubes, esa visión que ahorita le estaba pasmando los pulmones de tanto contener el aire como para que no pasara el momento, si no hacía algo, inevitablemente acabaría, se perdería en los vericuetos del tiempo y quedaría como el recuerdo más hermoso de su vida, pero nada más que eso, un recuerdo.

Todo pescador respira tranquilo cuando entre sus manos, sin latido o agite, el pez yace muerto, es el fin de la pesca, su razón de ser y sin duda alguna el Pescador quería tener al precioso pez, pero no le quería quitar la vida, lo quería con él, por un instante, quiso ser otro pez y bailar eternamente entre las aguas y corales con el pez de plata que ahora le mordisqueaba el anzuelo. Finalmente salió de su ensoñación y su lógica de zorro de mar le dijo que tendría que hacer más que lanzar un simple anzuelo oxidado y roído con un trozo de carne magra y ordinaria para tener a la criatura que ahora se había, súbitamente, convertido en su razón de vida. Sin dejar de cantar tomó el arete de oro de su oreja izquierda, ese arete que a todos los hombres de su aldea le otorgaban tras su primera noche en alta mar, una de sus posesiones más preciadas, por tres días y tres noches pacientemente, tan solo con sus manos y el inseparable cuchillo corto que acompaña a todo pescador, le dio forma al anzuelo y en cada una de esas noches, mientras cantaba sin cesar y figuraba el áureo anzuelo, también dejaba caer pequeños trozos de carnada al mar para poder ver al precioso pez mordisquear el alimento, ajeno al mundo, desprendido, como flotando entre galaxias, como formando el brillo de las estrellas que mañana guiarían a otros marineros. El Pescador yacía famélico, en tres días de su orfebre labor no había comido más que pequeñísimas porciones de la pestilente carne del anzuelo y diminutos sorbos de agua para poder durar, porque era durar y no sobrevivir lo que él quería, sólo quería durar hasta el momento en que pudiera tener al pez, ya no recordaba su casa, sus hijos, ya no recordaba el pan caliente, único alimento que mantiene a los marineros con los pies en la tierra y no sobre la mar, no recordaba ni siquiera la brava mar, sus olas desafiantes, ahora sólo existía para él el tranquilo arrecife, la luna que le permitía ver por la noche, la canción y el diminuto pez, toda su existencia en él. Finalmente encontró ante sus ojos un precioso anzuelo de oro, minúsculo, finísimo, era el anzuelo que habrían de usar los querubines si en vez de hijos de afrodita, hubiesen sido hijos de Poseidón.

Aún cantando la canción, entonando la melodía suavemente con su garganta, el hombre comprendió lo que entonces tenía que hacer, sacó la lengua, la tomó con su siniestra y con el cuchillo en la diestra arrebató de su vida la posibilidad de hablar, pero eso poco importaba, no había historia que contar y el pescador habla sin palabras con el mar. Con su garganta aún latiendo en la mística canción, de un tajo firme y certero obtuvo la carnada que le daría al pez de plata.

Colocó la carne muerta en el anzuelo, de sus labios brotaba la sangre y corría por su pecho, pero el Pescador era ya ajeno al dolor de la carne, había conocido el dolor de no estar con su razón de vida y ese era un dolor más grande que cualquiera que la carne pueda conocer. Serenamente, mientras perdía sangre, el hombre retiró todo pellejo de la carne que otrora fuese su lengua, la limpió hasta dejar un pedazo tan rosado y puro que casi se le escurría por las manos. Fue entonces cuando más fuerte cantó, de su sanguinolenta garganta brotaron los sonidos más prístinos y hermosos entonados nunca por alguno, con el anzuelo de oro y la rosada carnada en mano aguardó cantando, perdiendo sangre, atento a las aguas, ajeno al cielo y a la luna que alumbraba. Al cabo de unos minutos, en sus pupilas se reflejaron las plateadas escamas del pez, suavemente dejó caer el anzuelo al agua, el pez lo rodeó, lo rozó con sus escamas, y sin más, desapareció.

El corazón del Pescador dejó de latir, su visión emblanqueció, sin fuerzas más con el sedal aun entre los dedos se dejó caer, abatido, le quedaban pocos segundos de existencia y habría de vivirlos sin vida. Estéril el cuerpo, tendido en el bote.

Quietud infinita.

De pronto, suavemente, el sedal templó su mano. Y la sutil fuerza del temple le devolvió el latido a su corazón. El Pescador se incorporó, ciego ya, en el umbral de la muerte, se dejó guiar por sus dedos, casi sin poder sentirlos, extenuado, haló con sus últimas fuerzas el anzuelo y al recogerlo sintió en sus manos, sin más, como a quien de pronto se le revela el cielo, la preciosa criatura, la apretó contra su cuerpo y sintió sus movimientos desesperados, ahogada por el aire. El animal fue perdiendo fuerzas. El hombre se encontraba paralizado, había anhelado tanto tenerle entre sus manos que ahora no podía soltarle, sin más fuerzas pudo sentir como sus rodillas se rindieron y cayó de bruces en el agua, mientras se hundía, entre sus manos se encontraba el pez, pegado a su pecho, sin vida. Bajo las aguas el pescador en el último esfuerzo de su existencia sacó del bolsillo su cuchillo de marinero, cortó el sedal y cantó, suavemente cantó, de su garganta el canto brotó junto a su sangre, el mar se tiñó de rojo y su canto se esparció por los océanos, fue entonces cuando toda la fuerza vital que había en él logró mover al diminuto ser.

El corazón del pescador volvió a latir, nadando agitó sus aletas de ocaso y se adentró en las aguas, podía ver de nuevo, pero ahora sus ojos eran más oscuros que todas las profundidades del mar.



Caracas, 19 de junio de 2011
2:23 pm

martes

Un loco habla sobre imágenes...

Y es que una historia escrita también está compuesta por elementos gráficos, visuales, en el sentido metafórico de la expresión y por conceptos que poseen imagen, una imagen personal y que muta según la mente que la engendre, por ejemplo, si escribo la palabra “blanco”, un noruego puede que piense en nieve y un cubano en la espuma del mar, imagenes distintas, con el mismo fin; en ambos casos es la imaginación lo que le da cuerpo a la palabra, es ese conocimiento de elementos y sensaciones y la capacidad de crear a partir de ellos interrelaciones y asociaciones específicas.

Sin la mente que imagina la escena, la historia nada es. Si yo digo rojo y no piensas ni siquiera en sangre, entonces ¿qué hago aquí lanzando palabras al viento que no volarán? las palabras sin imaginación nada son.

Por eso te invito a abrir los ojos y leer e imaginar, puedes imaginar lo que quieras -que de un botón verde nace un zamuro esmeralda de mirada triste y absorta- te digo que puede ser cualquier cosa, lo importante aquí es fungir de Dr. Frankenstein y crear en tú imaginación lo que mis palabras te sugieren, sin importar que la bestia resultante se babee y camine golpeándose contra paredes una y otra vez. Mis palabras solamente son el interruptor que busca hacer “click” en tú cabeza, fíjate que si yo escribo "oro" tú eres libre de pensar en los cabellos dorados de esa cantante muerta o simplemente en el crayón amarillo que usabas de pequeño para dibujar el sol.

Pero no me creas tonto, pues no te daré las herramientas para que las imágenes secretas que habitan mi mente sean cambiadas por ti, si escribo sobre ella y su mirada, lo haré con tal precisión que te sentirás mirándola de frente, si hablo de sus besos te sentirás besándola y es probable que caigas incautamente en la locura de enamorarte no teniendo más ante ti que el reflejo de ella que mis palabras te brindan.

Hay imágenes que la imaginación no debe cambiar, no me es posible mencionar su nombre y dejar que imagines cualquier rostro dándole carne, si la nombro, debo asegurarme que la puedas ver en su más precioso esplendor. Toda palabra tiene imagen y al leerla o escucharla la debes poder imaginar, imaginarla como quieras. Pero hay imágenes que traducidas a palabras solamente tienen un rostro y no admiten imaginación.

Por eso no te hablo de ella, te quiero libre e ingenuo, entretenido pensando en sangre, zamuros o amarillos. No esclavo de sus ojos, de sus besos, de su sonrisa, como yo, desde aquel momento en que por vez primera vez incautamente leí su rostro en las letras de aquel papel perdido.

¿En qué parte del cuerpo se siente el amor?

El amor se siente en todo el cuerpo de maneras distintas, se siente en los ojos cuando esa persona te mira y te vuelve el mundo lento y feliz, se siente en la piel cuando se despiertan todos y cada uno de tus poros por la urgencia de sentir cada cm de su piel, se siente en los huesos cuando descubres que sin la presión de sus abrazos el cuerpo se te va a desmoronar, en los labios que se agrietan sin los suyos y hasta en los cabellos que no amainan y bailan en rebeldía sin el arado de sus dedos... Pero el amor no se siente en un solo cuerpo, se siente en dos. Pues cuando al otro le duele el alma te duele a ti también, cuando esa persona te extraña en tu pecho se abren las ansias. Y cuando esa persona sonríe o te dice "Te amo" el amor lo sientes a todo tu alrededor, pues el amor conecta y da vida y es en esos momentos cuando se nos hace más evidente que somos parte del mundo pues entendemos que el agua no corre, el sol no sale y el viento no sopla sin ese "Te amo" que acabas de escuchar... El amor es ese vacío que sientes en el espacio infinito que tenemos entre pecho y espalda...

No tengo las respuestas, pero sé inventar.

lunes

Estás claro con el uso del AHÍ, del HAY, y del AY? Explícame…. (Pregunta de Formspring)

Ejemplo:
Ella despertó, despeinada, aún adormecida... Acercó su cara al oído de él, con sus labios rozando su oreja y la voz un poco ronca le dijo suavemente -Aún siento las caricias de tu lengua ahí abajo- Él, con los ojos cerrados, sonrió... -Soñaba con eso- Respondió -No hay nada que me guste más que darte placer- Besó sus labios un tanto secos, mordió el lóbulo de su oreja y su barba rala le hizo cosquillas mientras se deslizaba suavemente bajo las sabanas... Ella cerró los ojos, suspiró y de lo más profundo de su vientre, subió por su garganta hasta su boca para desembocar en la atmósfera un intenso -Ayyyy!

miércoles

El café y la hormiga

"Todo viaje empieza hoy 
Ya me leí el ayer 
Nos vemos mañana..." 
Sube el humo - Cúltura Profética 
  Sobre la mesa se había enfriado la taza de café, esta se había desbordado un poco al momento en que la colocó sobre la tabla y había dejado sobre la superficie una huella de algo parecido a la silueta de un planeta lejano, hecho de suspiros y recuerdos en sepia. Contemplando la taza, se encontraba Sandra con tan sólo una camisa blanca de algodón cubriendo su cuerpo y las medias  que solo se ponía cuando hacía frío o se sentía triste, ese día hacía calor. Sus ojos de avellana habían visto subir y desaparecer el calor de la taza a través del humo que en arabesca danza se elevaba hacia el techo. En cada giro que dio el humo mientras esperaba, pudo recordar cada sonrisa que le brindó, cada película que vieron juntos y cada mirada silenciosa que se brindaron bajo las sabanas, un nudo amargo creció en su garganta.
Una última espiral de vapor se perdió en el ambiente y la quietud de la casa a las seis de la tarde se le hizo exasperante, decidió llamarle. Tomó el teléfono móvil y marcó el número casi por inercia, el número que tantas veces había marcado. Él no respondió y la contestadora automática fue el único consuelo de escuchar su voz que Sandra pudo tener, en los segundos que duró el mensaje un torbellino de rabia e impotencia creció en su interior, quería decirle cosas que lo hirieran y le hicieran regresar, quería gritarle y que ese grito lo tomara por el pecho y lo trajera directo a ella, quería que su voz le mostrara sus ojos de avellana llorando, su cuerpo desnudo del cual él se estaba perdiendo, sus uñas rojas que estúpidamente había pintado para él y que ahora eran presa del implacable roer de sus dientes y sus nervios. Sandra lo odiaba y por eso mismo le amaba, pues nadie como él había logrado despertar en ella sentimientos tan fuertes, ella sabía que lo que ayer había sido amor y hoy era indudable odio rencoroso, odio por el desprecio, difícilmente podría llegar a ser amor otra vez, pero a pesar de eso lo quería de vuelta, prefería poder odiarlo que yacer inerte, que ser café frío, que sentirse sola en el mundo. Pues sin sus besos no sería más que una fotografía descolorida, abandonada en el último cajón de la casa de playa y sin sus caricias Sandra sentía su piel como madera mojada, incapaz de incendiarse. Sandra, hermosa, sola y callada, sabía que si él no regresaba, toda canción le hablaría de esa historia, le hablaría de ella, fracasada, incapaz de retenerle, una mujer solitaria ante una vida quieta.
El cuello de la camisa de algodón aún olía al perfume que él usaba para ir a trabajar, era una camisa sucia y ella la tomó del cesto pues la desesperación le llevó a escudriñar en agujeros, buscando su calor y encontrando solamente razones para sentirse cada vez más miserable. La casa se tiñó de penumbras, no se molestó en encender ninguna luz, prefería que todo quedara así, pues en total oscuridad el tiempo no parece correr y eso precisamente quería ella, fingir que todo había sido un ataque de pánico a la hora del ocaso, un delirio de mujer histérica y que al cabo de un rato él llegaría, con el tintineo de sus llaves, con el taconeo de sus zapatos de ejecutivo, lanzaría el maletín en el sofá y la sorprendería con un beso en el cuello.
La casa se hizo fría, el duro piso le mallugaba los huesos y el dolor le obligaba a permanecer despierta con los ojos fijos en el teléfono móvil, esperando una llamada, un mensaje, una señal que la sacara del trance y le devolviera la vida. Y sopló el viento, la desesperación se asentó hondo en su pecho hasta casi no sentirse ya, Sandra entró en un catatónico estado de quietud, los ojos abiertos, casi secos de tanto llorar, las extremidades dormidas y la respiración baja y acompasada.
Nunca supo Sandra cuánto tiempo permaneció sobre el piso, pero al cabo de lo que bien pudieron ser minutos u horas sintió un pequeño cosquilleo en su cadera, al mirar advirtió una diminuta hormiga trepando por su cuerpo, esta resbalaba y volvía a subir, siempre perseverante, dispuesta a pasar el obstáculo que Sandra significaba en su camino. Sandra miró alrededor, todo estaba mucho más claro, la luz de la luna se filtraba por la ventana abierta y reflejaba sobre el suelo a pocos metros de ella el movimiento de las sombras que las nubes viajeras proyectaban, la luz bañaba el piso y la mesa sobre la cual permanecía intacta la taza de café con su planeta de sepia dibujado bajo ella. En lo alto de su cadera la insistente hormiga estaba completando el camino. Sandra reaccionó, paradójicamente el teléfono móvil permanecía muerto y ella iba descubriendo poco a poco que la casa rebosaba vida. Aún sin moverse pudo sentir más claro y vivo que nunca cada una de las patícas de la hormiga, sintió el peso de su cuerpo sobre el piso, sintió como una brisa llegaba y movía sus cabellos; entonces contra todo pronóstico, en la mesa bañada por la luz lunar, de la inerte taza se desprendió un nuevo hilo de humo, muy delgado y apenas perceptible.

En su rostro, poco a poco se fue dibujando una sonrisa y es que a pesar que el dolor no había cesado y que aún los recuerdos le dolían muy hondo, estos le dolían sin él, sentía a la hormiga y la brisa, veía el humo ascender y las nubes correr, sola. Finalmente, Sandra quedó descalza. 

A. Bolaños C. - @snooprave 

martes

La miel caía lentamente...


¿Es este un nuevo día o es acaso una extensión del ayer?


Últimamente me he dado cuenta de que el reloj me importa más que antes. 

Ayer (en realidad no fue ayer mi amor, fue hace más, pero como ya dije: antes no me importaba el reloj) caminaba tan igual de día como de noche. Muchas veces cuando los pasos de la gente comenzaban a golpear las calles a esas horas en las que el sol sale, yo me estaba adentrando en el íntimo mundo de los sueños y trabajaba en él, construía los castillos que te describí una vez y vivía las historias que un día te conté,  luego, cuando las personas volvían a casa para por fin descansar, llenos de dolores en los pies, polvo en los hombros, números en la mente y menos dinero en los bolsillos, yo solía salir a buscar compañía y el mundo me parecía solitario. Vagaba entre calles oscuras, subía a autobuses vacíos y nunca lograba ver la cara del chofer porque este no dejaba de mirar hacia adelante ni cuando cobraba el pasaje. Era entonces cuando se erigían los bares como los últimos refugios de nosotros que sin la atadura del tiempo solíamos vagar entre lo etéreo y lo material y éramos aire y sueño, luego carne, hambre, piel y ganas de orinar. En los bares, reconocía a mis iguales por esa mirada empañada de quien vive más allá que acá, no éramos muchos nosotros “los atemporales”, pero eso de vivir sin tiempo nos hacía sentir unidos en una especie de burla pendenciera hacia quienes musicalizaban sus sueños con un insistente tic-tac.

Y era entonces que comenzaba la charla, la charla de los atemporales, una conversación que no buscaba llegar a ningún lugar, pues no había apuro, solíamos divagar sobre un punto durante largo tiempo (sí, largo tiempo, pues igual el tiempo pasaba, sólo que no nos importaba) tal vez era una colilla pisoteada en el piso del bar, aplastada bajo el peso de cientos de pies que iban y venían, ya no importaba en qué labios había estado la colilla y si esos labios llegaron a besar o no, no importaba la historia tras la marca de labial rojo que aún podía verse sobre ella, no importaba si la colilla nos superaría en esta vida, estando más allá de nuestra existencia o si al instante se desvanecería para nunca más ser, ninguna especulación sobre pasado o futuro importaba para nosotros, solamente era la colilla en el piso todo lo que teníamos, pues vivíamos de espaldas al tiempo y todo era el presente.

Una de aquellas noches que pasaban lento y que ahora me parece haber vivido en otra vida, te encontré, aún no eras atemporal, al parecer tenías un trabajo en las tardes, pero te pagaban tan poco y producía tan pocos dividendos tu actividad que casi no importaba el tiempo que le dedicabas, en esa época comenzaste a dormir más de día y por las noches frecuentabas el bar sin tiempo y de ventanas siempre cerradas en la cual pasaba las noches, rodeado de humo, un tango y tal vez un poema sin terminar exclamado a media voz. Te miré y supe al instante que si de algo me importaba el tiempo era simplemente para poder mirarte largo rato y no morir de inanición. Me miraste, sonreíste y por esta maña mía de estirar los instantes, hoy siento que en el momento en que nuestras miradas se tocaron viví una vida, llegué a viejo y morí contento, canoso.

A partir de entonces pasamos muchas noches riendo y callando largo rato, quedábamos absortos mientras mi mano se perdía en tus cabellos y tu brazo descansaba en mi pecho, dejamos de ir al bar y no necesitamos más a los otros para las noches pasar, pues entre tú y yo logramos detener las noches, congelarlas y luego derretirlas en el calor de un orgasmo, pusimos miel al pancake hasta que se nos inundó el cuarto y fue entonces cuando aprendí a respirar la miel de tu perfume. Confundimos más de un atardecer con un amanecer y comenzamos a pensar que estábamos bien y que el mundo por fin había decidido que en el día el sol se debía esconder, ya casi nos le habíamos escapado al tiempo y de vez en cuando a la materia. Aún me pregunto cómo logré zambullirme en tu ombligo y volverme chiquitico para dormir en el hueco de tu oreja, luego mojar mi cara y regresar al cuarto para quedarme viéndote dormir.  Eran buenos tiempos sin tiempo.

Cuando por fin estuve a punto empeñar la mirada para poder irme contigo y no volver, no quisiste seguirme, decidiste no perder los delfines, ni todas esas cosas que me decías había en el mundo y que en los sueños no existían, necesitaste sentir un peso que pegara tus pies al piso y fue la maleta lo que te dio la tracción necesaria para partir.
Te fuiste y no lo quise evitar, pues de haberte quedado habría comenzado a temer tú partida inesperada, te prefería fuera, yéndote frente a mis ojos y así no temer despertar un día y encontrarme el pan a medio comer sobre la mesa y la taza de café frío, temer el lavamanos seco y la vela casi derretida proyectando una sola sombra.

Nunca más compuse un poema con los colores de la nada, nunca más desde que te fuiste y el tiempo comenzó a correr. Hoy visto en mi muñeca un reloj, ya no como pancakes con miel pues la miel tarda mucho en caer y soy un tipo ocupado, no he tenido más tiempo para escuchar la melancólica nota de un tango porteño y no ando en buses porque me resultan muy lentos y tengo un horario que cumplir. Hoy soy yo el que bota la colilla de un cigarro que por falta de tiempo nunca termino de fumar.

A. Bolaños C. - @snooprave

Entrevista radial a A. Bolaños C. sobre Cartas Caídas







Entrevista en el programa Sin Desperdicio conducido por Ana Luques y Arianny Valles en La Mega 99.5, ¡Disfrutenla! A. Bolaños C.

sábado

Sentir es el inicio y el final.

En el momento en que Andrés caía el mundo se detuvo
todo dejó de tener un sentido superfluo
se secaron las florituras y los adornos
se llegó hasta el hueso.

Mientras Andrés caía la vida floreció.
Flotando en el aire jugaba con sus deditos.
El pintor pintaba por pintar
el verde del árbol tuvo el propósito de ser verde.
Todo simplemente era
la vida que no debe ser explicada.
No más tiza en la pizarra
no más preguntas en la mente
en el instante que duró la caída de Andrés
el polvo de la tierra se levantó
la roca desnuda brilló
un paso un paso
una lágrima una lágrima.

Murieron los filósofos.
Se acabaron las preguntas.
Sólo brisa y mar
y música que sonaba por sonar…

Y el vaso se posó sobre la mesa, la mesa crujió a su encuentro
los ojitos de Andrés miraban las nubecitas de algodón.
La mierda salió del cuerpo.
Caía con el cabello revuelto.
El tonto bailó.

En una montaña lejana hubo un derrumbe
uno minúsculo
se desprendió con furia inesperada
inició trepidante camino descendente.
¿Qué son las rojas flores cuando tercamente les buscamos un por qué?
Nada.

A. Bolaños C. -@snooprave 

martes

El Reflejo


Un corto video para mostrarnos que en cualquier lugar, en el momento aparentemente más intrascendente, estamos rodeados de momentos especiales... Escucha a la vida y acompañala con tu propia banda sonora. ¡Disfruta!

lunes

Amores a distancia... has vivido alguno?...valen la pena? (Pregunta de Formspring)

Todo amor vale la pena y aunque pienses que no, el amor seguirá siendo "el viento que acaricia el prado", a pesar de que decidas no vivir un amorío, este llegará a ti y en la inmensidad de su presencia lo vivirás y te sumergirás en él incluso antes de llegar a sopesar las ventajas y desventajas de vivirlo, simplemente te queda aceptarlo o negarlo, pero no rechazarlo. El amor destruye la física, acorta las distancias, anula el tiempo, los enamorados no entienden de distancias y las horas se les hacen cortas. Un amor a distancia no es tal cuando escuchas esa voz que te emociona, cuando vez la sonrisa que a la vez te hace sonreír. Cuando llega el momento de colgar el telefono, de apagar la pc o de dejar de leer la carta que nos acerca al que amamos, viene la frustración, las ganas de tenerla cerca, y nos hacemos preguntas inútiles como ¿por qué no está más cerca de mí?, etc. pero esta misma frustración es parte de la belleza de todo, pues la lluvia no es bella sin sequía, la libertad sin la prisión no significa mucho y el trabajo sin necesidad no llena el alma... Tengo un amor a distancia y CLARO que vale la pena, lo agradezco cada vez que la veo sonreír.

jueves

Tanto que contarte...

    
    Tengo tantas cosas que contarte… Como que ayer se coló una hoja por la ventana, era parda y acartonada, rígida, entró sin pedir permiso, montada en una brisa con olor a lluvia y se metió en medio de mi conversación con ese rayo de luz que a las 5 de la tarde me visita.

No te he dicho que al final de la tarde cuando la ciudad comienza a vestirse de noche, se encienden los faroles y su luz naranja dibuja círculos de nostalgia sobre el negro pavimento, yo suelo pensar en el dedo pequeño de tu pie.

Tengo tanto, tanto que contarte. Ayer vi morir una gota. Una gota como esas que le gustan a Cortázar, gorda, pastosa, lenta y provocadora. Se lanzó frente a mi cuando estaba a punto de lavar mi cara luego de llegar del trabajo, en el vacío que recorrió, su minúscula totalidad brilló y reflejó mi rostro inversamente, parecía que mientras la gota caía mi tonto rostro subía por su gordito cuerpo. Al final del vibrante vuelo, se estrelló en la cerámica azul cielo de mi lavamanos. Extraña metáfora venir a morir en un azul cielo mi cielo azul.

Tengo tanto que decirte. Tanto, que pudiera contarte lo triste y sin sentido que se ve el paisaje sin tu silueta interrumpiéndolo.
Podría explicarte cómo has descuadrado mi espacio personal, pues ahora cuando quiero contar un secreto, no estás tú a dos o tres pasos de mí, entonces si me impulso hacia adelante, buscando el pretexto de tu oreja para rozar mis labios en tu cuello mientras te cuento cualquier inútil historia , no te encuentro. Y te aseguro que el vacío no tiene tu sonrisa ni tu olor, no merece este cuento que escribo, esperando que llegues, te conectes y leas dos o tres líneas, de todo esto, lo mucho que tengo que decirte.

Tengo tanto que decirte que estoy aprendiendo a hablar con los perros, pues ellos hablan con la mirada y en una mirada caben exactamente 3 billones de palabras, 1400 olores y una flor, que debe ser jazmín, si no, puede ser una rosa, pero hay que restar 5 palabras para que quepa perfectamente. Cuando perfeccione mi lenguaje de miradas, además de preguntarle al viejo perro callejero de la esquina a cuántos indigentes ladró el jueves por la mañana, buscaré encontrarte, procuraré sea casualmente, tal vez en una escalera mecánica de algún atestado centro comercial o entre los anaqueles de la librería de moda y ahí, en una mirada, te lo diré todo. Espero sepas leer miradas.

Momentos que noto porque no estás…

A. Bolaños C.- @snooprave

¿Miradas inspiradoras o caras hermosas? (Pregunta de Formspring)

Una bella mirada para mi resulta esencial, no hablo de ojos claros o de una forma exótica de ojos, me refiero a una mirada autentica, sincera, bonita, cargada de sentimientos, con vida... En ese caso, si la mirada es hermosa en su esencia entonces la cara de esa persona será hermosa, pues la mirada es la vida del rostro, el nucleo de la apariencia, lo que realmente nos habla de la belleza de la persona, de la belleza interna, no superficial... Entonces si la mirada es hermosa, la cara también lo será y ese conjunto me resultará irresistiblemente inspirador como para escribir sobre ello...

A. Bolaños C. @snooprave

martes

El puto tazón de cerámica...


     Te espero en esta casa de madera podrida, en la ventana que se está cayendo, en el jardín lleno de maleza, porque acá la maleza crece caprichosa y esparcida, como crece en las aceras de las urbanizaciones viejas y acá las casas se agrietan, entre esas grietas te espero.
Vivo en esta casa con Diana, ella no te espera, la casa le hizo olvidar, se la pasa en la escalera, en ese nivel intermedio que se encuentra en el descanso de la escalera, como en un limbo, como en el purgatorio. Te espero en esta casa y ondulo entre el cielo y el infierno. Si escucho un sonido, bajo corriendo y tropiezo a Diana en el descanso, ella ni se percata, cuando llego al infierno maldigo al gato y a su puto tazón de cerámica… Subo a recostarme en mi cuarto que huele a humedad, en las esquinas del techo un color verde indescriptible se agolpa, con textura de terciopelo y olor a lluvia.
En mi cuarto, como ya sabrás, la única distracción es la ventana, pero desde mi cama no se ve, tendría que acostarme con la cabeza hacia el pie de la cama y los pies hacia la cabecera para verla, pero me conoces y sabes lo eternamente terco que soy, me gusta todo a derecho, nunca me pongo el pantalón antes que las medias, nunca me afeito con hojilla vieja y por ser como soy es que aún te espero, pues me dijeron que venías, cuando lo dijeron no lo creí, hasta la noche en que tuve el sueño.
En él no me lo decían, me lo decías tu, sin pronunciar palabra te me apareciste a la sombra de un árbol. ¿Qué sé yo qué árbol era? Sabes que no conozco de botánica, pero sí te puedo decir que era de esos árboles que se veían en la carretera cuando íbamos hacia Barinas y manejabas con la ventana abierta y tu cabello volaba, bailaba con el viento, yo te espiaba desde el asiento trasero mientras me hacía el dormido y en cada curva o frenazo sentía mi alma expirar, no por el miedo a morir, tu sabes que morir contigo es lo mejor que podría desear, se me iba el alma al pensar que todo aquello era un sueño, que no existía el carro, la carretera, ni Barinas, ni siquiera tu cabello bailando con el viento o los árboles que borrosos veíamos pasar, árboles como en el que te apareciste cuando soñé contigo: te dibujaste en la sombra que el árbol proyectaba en el suelo y con el susurro de una hoja que caía me dijiste “Yo vuelvo”.
Por eso aún te espero en esta casa de madera podrida, olor a humedad y pisos fríos, te espero en esta casa donde se agolpa el polvo sobre los adornos que ya nadie mira, que ya ni adornan, te espero cada vez que el gato hace ruido con el puto tazón de cerámica en la cocina, te espero con Diana en el limbo, quien no te espera y te ha olvidado, tal vez porque no soñó contigo…

A. Bolaños C. - @snooprave

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