domingo

La Imagen



 "Nadie debiera estar solo en su vejez. 
Pero es inevitable que así sea".
El viejo y el mar - Ernest Hemingway
En la página 14 de este libro guardado, puro polvo y humedad, hay una mancha, una pequeña mancha color marrón, tal vez de ese café que tomabas aquel día en que te regalé este libro que entonces era brillante, de páginas crocantes, más blancas que las nubes que poblaban el cielo cuando reímos en el parque. El libro es inútil, cuenta una acartonada historia de amor de cualidades impersonales. Es una historia tonta, imaginada probablemente por algún tonto con ínfulas de escritor, cuyo padre, que tal vez era dueño de una editorial, consintió en publicar.
Lo compré aquella tarde de otoño, cuando caminaba por el puerto. Iba de abrigo y sólo se podían ver mis huidizos ojos examinando los colores de las mercancías que colgaban a las puertas de las tiendas. Entre dos grandes almacenes sirios encontré a un viejo vendedor de libros usados, estaba sentado junto a la pared, y a sus pies, una manta con 5 o 6 libros regados sin ningún orden, algunos incluso con la contraportada hacia arriba, de manera que no se lograba leer ni el título, ni el autor.  Entre estos libros, todos con aspecto viejo, maltratados, algunos al borde de su vida útil, se encontraba un pequeño libro casi nuevo. No reparé en su título, ni en su autor. Fui seducido de inmediato por la imagen que lucía en su portada.
Era una especie de fotografía o dibujo hiperrealista, en ella se podía ver una iluminada habitación, una gran ventana perfectamente cuadrada por la cual se filtraba una luz muy blanca que bañaba la canosa cabellera de un viejo que sentado frente a una máquina de escribir contemplaba una hoja sobre la cual no había plasmado letra o palabra alguna. En la imagen no podía verse la cara del anciano, pero se intuía una angustia, la fina y subyacente angustia de éste frente al blanco papel. La imagen me cautivó.
Han pasado muchos años mi amor. Tú ya no estás, te fuiste con la marea de la playa aquella donde solíamos reír y callar. Hoy, tardíamente descubro que este libro aparece en mis recuerdos más amados. En esa playa junto a tu bolso escarlata, al borde de la toalla, semi hundido en la arena y aquel viejo aún sin poder escribir. En nuestra habitación, todo a media luz, la cama revuelta, tú con el torso descubierto, tus senos al aire y el cabello negro, muy negro, bañando la almohada, desde la puerta del baño, sólo podía ver tu blanco cuerpo sobre la cama, soñabas probablemente con cronopios. Y tirado en el suelo, el libro y aquel viejo, su angustia latente y la hoja en blanco.
Por dios que recuerdo, amor mío, el día en que te fuiste, con aquel vestido verde y los aretes de perla, besaste mi mejilla y me diste a entender que se habían acabado las tardes de besos, las noches de Poe y las comidas furtivas en la cama. Aquél día diste vuelta y por última vez percibí el aroma a naranja fresca que expedía tu cabello, ese día mi vida, te llevaste todas las naranjas del mundo cuando me dijiste adiós. Quedé en penumbras, quedé desnudo como siempre que estábamos solos, en el medio de la sala, con la mirada fija en aquel tonto libro que permanecía sobre la mesa junto a tu plato de desayuno con aquel rancio pan a medio comer. Un viejo triste y el sonido del mar colándose por la ventana.
Hoy, tengo la piel curtida de tanto navegar la mar, tengo el pellejo casi de un color naranja, pero no es naranja pues todo lo naranja se fue contigo. Hoy tengo la sien blanca, disfruto de pequeñas cosas que a nadie interesan, pesco muy poco y la mitad de mi pesca la devuelvo al mar.
Esta mañana llegué a la vieja cabaña, mi hogar, y me di cuenta que no recuerdo tu cara, te recuerdo perfectamente, casi puedo tocar tu cuerpo, pero de tu rostro tan solo tengo la escueta imagen de este volteando y el aroma a naranja golpeando mi nariz. Desesperado revolví la biblioteca, busqué en los estantes. Recorrí la casa como un animal enfermo de rabia, los ojos enrojecidos, los puños apretados, volcando todo a mi paso, la cama, las ollas negras que duermen sobre la cocina, el viejo tocadiscos, la lámpara de gas.
Ya exhausto, al final de una pila de libros que yacían en el rincón más oscuro de la casa, bajo una película de polvo, encontré este viejo libro que un día te regalé. Ahora me encuentro sentado frente a la máquina de escribir junto a la gran ventana perfectamente cuadrada de mi cabaña, por ella se filtra una luz muy blanca y el rocío del mar baña ligeramente mi piel, he derribado el muro blanco que me impedía ver tus ojos, hallé una manera de recordarte, ahora dibujo tu rostro palabra a palabra, frase a frase y hasta he recordado que este añejo libro en la página 14 tiene una mancha de café.


A. Bolaños C.- @snooprave

lunes

El Adiós.

     En la tarde del domingo 30 de mayo, mi piel adolecía del contacto con tu piel, los pliegues de mis manos no se hallaban sin los tuyos... Te extrañaba aunque estabas a mi lado. Dormías. Tu cuerpo yacía desnudo, mimetizado en la penumbra que reinaba en nuestra habitación. El cabello revuelto, la boca entreabierta dejando salir la primavera. Eras quietud y presencia que llenaba cada cosa, cada resquicio de la estancia, tu aroma, como una serpiente delicada y curvilínea, trepaba por las paredes, se colaba por agujeros y grietas. Le dabas materialidad al vacío con tu acompasada respiración. Y yo, sentado a tu lado, todo torpe y basto, queriendo llorar por no lograr tocarte; sólo podía pensar en la ironía de la vida, pues teniéndote tan cerca nunca una pareja estuvo tan distante.

Acabábamos de hacer el amor ¿Recuerdas? Llegaste a mi casa con resoluta actitud, como quien va a cobrar un cheque que le deben hace mucho tiempo, no miraste mis ojos, simplemente te acercaste a mí, pegaste tu cuerpo al mío y mientras tu aroma me envolvía y tus labios rozaban el lóbulo de mi oreja como quien besa delicadamente a un bebé dormido, dijiste: "Vamos".

Nos lanzamos de lleno a la vorágine del deseo. Simplemente dos viejos amantes, a quienes las ganas no les permiten detenerse, nos besamos, mordimos, babeamos, lamimos. Descubriendo con rapidez cada centímetro y sin embargo atentos a todo lo que habíamos cambiado, como un casero que vuelve a su hogar después de haberlo alquilado por mucho tiempo y que mientras le devuelven las llaves ojea a rededor. Yo ojeaba tu cuerpo que había sido mío, cada peca, cada lunar, cada pliegue nuevo. Olía tu aroma, tu piel, tus manos, tu saliva, tu cuello, tu sexo. Saboreaba tus labios, mordía tu tez y tú hacías otro tanto en mí. Tenía tu cuerpo a la desesperada disposición de mis sentidos y como el viejo perro que no olvida el camino al lugar en que se echa, mis manos recorrían la cartografía de tus valles y llanuras, yendo al lugar indicado. Subían, bajaban, también apretaban y aflojaban, primero rápido, luego lento, ahorita a mano llena, después apenas tocando. Pues yo te sabía amar, un viejo marino nunca olvida el mar.

En el baile de nuestros cuerpos desafiábamos la física, ese día el horizonte se hizo absurdo, pues a nosotros nos daba igual vertical u horizontal. En nuestro espacio personal no había gravedad. Mi vieja cama, con sus quejidos tocaba la métrica sinfonía que acompañaba a la conversación de nuestros alientos, exhalaciones violentas respondían a inhalaciones pausadas como quien quiere tragarse el cielo y luego devuelve un pedacito de nube. En ese entonces, era mi cuerpo y el tuyo, no éramos uno, éramos dos redescubriéndose el uno al otro.

Casi al final del camino por el que rodaron nuestros cuerpos entrelazados, agitados, extasiados, puro sudor y susurros, vibrando y temblando, cerrando apretadamente los ojos, rasgando las sábanas, tu rasguñando mi piel, yo mordiendo tus labios. Separaste tu cara de la mía, abriste los ojos en el clímax del placer sexual, cuando todo se expande, se contrae y los cuerpos casi se evaporan. Me miraste y un golpe de realidad batió contra mi sien.
Comprendí con tan solo una mirada, lo que no había podido aceptar desde tu partida, ya no éramos tú y yo, eras tú, era yo. Pues somos como el río, nuestras almas son el cauce, pero nuestra realidad es el agua que no pasa dos veces. Simplemente acabábamos de ser la sombra de lo que día fuimos, un teatro perfecto, pura interpretación, pues tras los besos, las caricias, los gemidos ya no había sentimientos tan sólo subsistía un anhelo de volver a ser quien fuimos.

Todo esto lo entendí en ese momento, pues tu despedida llegó tarde. Años después de separarnos, fue en esa tarde de canela y chocolate, de madera y calor, cuando me dijiste adiós.

A. Bolaños C. - @snooprave

viernes

Poema Metafísico

Por un Big Bang interno entendí
que en estos momentos miles de cosas adquieren sentido.
ayer la abeja besó a la flor, el agua golpeó la roca, la hoja del árbol cayó
ayer cuando observé el mundo, me sentí aislado
rompí a llorar
por la flor besada y abandonada
por la roca partida
por el árbol desnudo.
Me fui a dormir, cerré los ojos, olvidé el mundo
dejé de ser materia sólida y me transporté al filo del universo naciente
cabalgué sobre la ola de gases y materias que galopan sobre la nada
que ocupan lo inexistente
el caos del nacimiento eterno
la algarabía de la vida.
Tras de mí el todo, delante la nada unidos en el beso eterno del crear
yo en la furiosa vorágine
sin ser dañado, sin ojos, manos o pies
sólo un ente abstracto
sintiendo el universo entero en un segundo
viviendo todos los tiempos al unísono
abrazando el todo.
Hoy todo tiene sentido.
Hoy logré ver una estrella nacida en mi cabello.
Sentí en los pies la miel, el manantial y la verde hoja.

A. Bolaños C.

miércoles

Lo que espero de ti.

 

Para Adriana, la del pintor y presidente...
Lo que espero de ti no es saber lo común, lo que se pregunta por protocolo, yo quiero saber de ti los pequeños detalles, esos que nadie nota por andar sumidos en la cotidianidad, quiero saber si prefieres los amaneceres a los atardeceres para saber en qué momento decirte que me enamoré de ti, si una mañana despertaste sonriente quiero saber con qué soñaste la noche anterior, para así poder entender tus sueños, espero enterarme de todos los pormenores de tu vida y así conocerte mejor aunque no sepa dónde vives o qué edad tienes, pues conoceré primero la edad de tu alma y donde residen tus sueños que en realidad me importa más. Lo que espero de ti no es un beso de novios al saludarnos, espero un abrazo, estar más cerca de tu alma que de tus labios. Lo que espero de ti no es una llamada aburrida una vez al día para actualizarnos sobre nuestras vidas, espero que me timbres en la madrugada y que al yo llamarte me digas solo una palabra (azul) y tranques. Lo que espero de ti no es caminar tomados de la mano como novios felices y por dentro estar más distanciados de lo que parece, espero caminar contigo y que nuestras miradas se enlacen de cuando en cuando para no perder el camino. Lo que espero de ti no es que te comportes como una niña buena en todo momento, espero más bien que cada día me sorprendas con una nueva faceta. Lo que espero de ti no es un simple noviazgo, común, típico, espero que nuestras almas se conozcan primero, que llegue el momento en el que amar no signifique depender y encontrar tu mirada. Lo que espero de ti no es copar todos los instantes de tu vida, espero más bien que un instante juntos nos colme la vida de plenitud y paz así dure un segundo. No espero tener miles de fotos tuyas en mi casa que nunca mire, prefiero conocer el ritmo de tus pasos en la oscuridad para que así si algún día llegas de madrugada a besarme en la mejilla y luego partir, tener la seguridad de que fuiste tú la que se coló en mis sueños. Lo que espero de ti no es un compromiso, un titulo de novios, futuros esposos, espero más bien que nos llamemos “amigos” ante el mundo y que en realidad seamos más eso que simples novios con el acecho de la monotonía alrededor.
Lo que espero de ti no es que la vida se nos pase rápido y linealmente, espero más bien que los momentos coexistan y así cuando te mire de viejita en tu mecedora sonriendo a nuestros nietos pueda ver al mismo tiempo a la niña hermosa que un día me sonrió en aquel bus. Lo que espero de ti no es que me leas y te impresiones de mi elocuencia (aun cuando duermo) lo que espero es que me leas y te leas a ti misma en mis palabras, que entre líneas me logres ver besándote. Lo que espero de ti no es que sigas las reglas sociales o las inventadas por mí (si salió rojo y me quieres besar, BESAME!), espero que sigas las reglas de tu corazón y así no defraudes tus sentimientos, tranquila que yo no te defraudaré. Lo que espero de ti no es un recuerdo, es una presencia, espero que así no estés a mi lado pueda verte en la oscuridad que nace tras mis parpados cerrados cada vez que te piense. Lo que espero de ti es simplemente una sonrisa, una mirada, un roce casual de manos, espero poder contar las estrellas en tu piel, espero tus uñitas rojas, espero muecas en las fotos y poses impensables, espero lo inesperado, lo que espero de ti es que simplemente siempre seas tú.


A. Bolaños C.

martes

La decadencia del cuarto principal


A mi abuelo Manuel Bolaños
quien ahora canta con Gardel.
  Polvo sobre la madera del viejo escaparate de caoba, sin duda este viejo armatoste había visto tiempos mejores y ahora se encuentra, como todo lo que habita esta casa, añorando un pasado mejor, una época de oro en la cual su madera relucía bajo el candil incandescente de blancas velas, ahora, tras años transcurridos, años amarillos, años polvo, años malogrados por el trato del recuerdo, sobre su superficie abombada por la humedad de las paredes se aferra cual loco a su locura la cera endurecida de aquellos candiles deslumbrantes, hoy está opacada, presionada bajo años de dolor, sobre ella una gruesa y empalagosa capa de polvo hace su vida, riendo de la desgracia de los objetos del cuarto principal, se burla del espejo, ese espejo que cual agua diáfana se regocijaba de reflejar rostros lozanos y que ahora tiene mucho tiempo preguntándose quien es ese viejo decrepito que se empeña en posarse frente a el cada día a peinar sus escasos cabellos, viejo que le recuerda a alguien, viejo que tiene días que no aparece frente a él… Y el polvo ríe, se burla también de la vieja cama, otrora toda tendida en perfectas y almidonadas sabanas blancas, lisa, regordeta, saludable, hoy la vieja cama tiene artritis en sus patas, enfermedad que la obliga a quejarse con chillidos estridentes cuando alguien se posa sobre ella, antes su madera estilizada daba el mas firme descanso a sus ocupantes, que por cierto eran dos, la vieja cama disfrutaba y reía al son de los amantes que cabalgaban horas enteras en su blanda superficie, luego la vieja cama acogió a un tercero que llegó, pequeño e indefenso, le dio calor, lo amó como solo una vieja cama puede amar, al pasar el tiempo el niño no volvió mas, ya solo eran los dos que un día fuesen amantes, pero que tenían años sin amar, finalmente, una noche solo llegó el hombre a dormir y la cama, la vieja cama, supo absorber una fría lagrima que a el se le escapó de los ojos en un suspiro ahogado, desde entonces la cama lo acompaña, hace ya mucho tiempo que el niño no salta sobre ella (gracias a dios porque la artritis la está matando), hace ya mucho tiempo que solo un cuerpo delgado se acuesta en su extensión, siempre del mismo lado, se para sin tenderla y se va (aunque desde hace días que no regresa) apenas sin despertar a la cama quien tiene tiempo durmiendo, esperando el día en que le quiten el colchón de encima y pueda descansar en paz.
Junto con el polvo, casi al unísono se ríen de la desgracia del cuarto principal los insectos, ríen porque lograron conquistar lo que una vez fue un territorio limpio, sin la bendición de la basura y el desorden, las hormigas se apoderaron del baño, los azulejos intactos de ayer, hoy han sucumbido a la desidia, han dado paso a entradas mas prácticas para el trabajo de los himenópteros y su alegría desapareció tras la maleza que entra por las rendijas que dan a lo que antes se podía llamar jardín, pero que hoy es mas adecuado llamar selva; las cucarachas y polillas han formado una extraña comunión y habitan pacíficamente las gavetas del viejo escaparate de caoba, en ellas se dan un banquete sin fin con las camisas de algodón que un día abrigaron cuerpos esbeltos y que por cierto tienen tiempo sin salir de la gaveta y mueren de desidia minuto a minuto bajo las mandíbulas depredadoras de los insectos, los pantalones de lino y los suéter de lana sufren la misma tortura, lloran, padecen, no por los mordiscos con los que se extinguen, sino porque ya no las visten, nadie las elige para ir a pasear por el parque, para ir a una cena elegante o para simplemente ir a dormir, sólo la ya raquítica camisa de algodón azul cielo tiene la dicha de salir a diario, su cuello curtido se aprieta en las mañanas alrededor de un pescuezo de blandas carnes y sale a pasear, aunque tiene varios días que no sale, las viejas camisas no se habían percatado de eso debido al revuelo que aconteció ayer, cuando una nueva y joven mano hurgó entre ellas, las removió, espantó a los insectos y finalmente se marchó con la camisa más fina, la de blanca seda, para dejar al resto a merced de los devoradores de hilos una vez más…

En el viejo cuarto principal, las paredes inclinadas hacia delante, vestidas de verde humedad primaveral, cuchichean, hablan, suelen recordar con aire melancólico aquella época en la que se encontraban solas en el cuarto, sin nada entre ellas, carcajean con el recuerdo de su primera capa de pintura, aquella sensación sublime de estar vestidas de colores, se estremecen rememorando la vez que les clavaron aquel clavo punzante y les colgaron además un cuadro que ellas mismas no podían ver, pero que gracias a la descripción que hacía la pared del frente aprendieron a imaginar, hoy hace mucho tiempo que esos cuadros se cayeron, la pintura desconchada yace en el suelo y ahora visten ese lujoso abrigo de musgo verde que se infiltró por sus grietas y las revienta poco a poco, suplican que vuelva el anciano de mirada triste, el anciano de sonrisa invertida, de escasos cabellos y por un milagro de dios les saque las raíces, las cure con el yeso bendito y las vista de colores como en otras primaveras, pero ese viejo no ha regresado, tal vez esté cansado de volver a la fina decadencia del cuarto principal y simplemente mandó a su nieto a recoger la fina camisa de blanca seda, en el closet de puertas caídas el traje y los zapatos de charol negros que tanto tiempo hace que no usaba, tal vez el viejo se cansó de luchar contra el avance indetenible de las hormigas en el baño y se fue a volar por los cielos de amarillo que antes, hace mucho tiempo, se veían a través de las rotas ventanas del cuarto principal…
Repentinamente la cortina roja con bordes dorados, otrora elegante, alta y delgada, ahora deshilachada y ruida, presa también de las polillas, delirante y loca, suelta un alarido de alarma, manda a callar al polvo y a los insectos burlones, despierta a la cama, alerta al espejo y avisa al escaparate: en la entrada de la casa (ella lo ve porque la ventana se partió tiempo atrás y ya no le empaña la visión) sale el viejo con ojos tristes, el muy traidor hizo una fiesta para que lo despidan en su viaje a cielos amarillos, llegó un gentío, pero todos visten de elegante negro, el viejo aparece acostado en una nave espacial, abandona la casa montado dentro de un cajón negro que cargan hombres por ambos lados, tiene una tapa cerrada de la cintura para abajo y la otra abierta de la cintura para arriba, se le puede ver la cara al muy desgraciado, va con los ojos cerrados y la sonrisa invertida, desde aquí parece una sonrisa real, feliz de abandonar al espejo y a la reumática cama, le heredó todo al polvo y a los insectos burlones.

No bastó la luz... (Historia en tweets)



Ella iba caminando por el campus de la uni, veía fijamente la grama, le provocaba salir corriendo y tirarse en ella...
 
Él iba a su lado, aunque ella pareciera estar sola, iba hablando por el móvil y toda la luz de alrededor no lograba tocarle...
 
Sin embargo se amaban... Ella amaba una pequeña luz escondida en sus ojos. Que a veces, en el momento menos esperado, aparecía.
 
Ella esperaba un beso de él al encontrarse. Él esperaba que ella no fuese muy efusiva frente a la gente...
 
Él veía el futuro, se preocupaba, trabajaba y no tenía tiempo para boberías ni juegos, estaba en la tierra. Muy enterrado.
 
Ella creía en él, buscaba la seguridad que emanaba, pero su alma no podía vivir de esos pequeños instantes en que la luz de él se encendia.
 
Y lo dejó... Se fué lejos a enseñar fotografía "nosedonde". Él lo aceptó y siguió buscando su futuro.
 
Pero en las noches cuando silban los grillos, la luz de sus ojos brota en sus lágrimas y entonces él la recuerda...
 
...y en las tardes, en "nosedonde" ella llora por la extinta esperanza que la luz de sus ojos un día le dio... Entonces los grillos cantan.

A. Bolaños C.

sábado

Lluvia




Estoy harto. Harto de mirar por la ventana y no ver tu rostro mojado de lluvia.
Harto de no tener siquiera el intimo momento en el que me confundo, me pongo tus pantuflas y siento el calor de tus pies.
Harto. Harto de no sentir tu olor, de tomar las almohadas y que estas huelan a limpio, a recién lavadas y no a ti.
Harto de preparar esa comida sin sabor, sin gusto, que sabe a algodon. Comida sin sabor porque no la pruebas tu, no es para ti. Es una sola ración, son dos, máximo tres cubiertos cuando hay sopa o postre. Es un vaso, una taza de café y una gota de ese café, sólo una gota derramada en el mantel junto al único individual que coloqué.
Hay solo una toalla para el cuerpo, una para los pies y estoy harto de que les dé tiempo de secarse desde que salgo en la mañana hasta que llego por la noche. Las quiero encontrar mojadas, tiradas tal vez sobre una destendida cama, porque te pasaste el día acostada y te bañaste a última hora para salir conmigo.
Harto me encuentro de que mi camisa esté siempre planchada a tu espera. Los zapatos pulidos, en el sitio.
Estoy harto de ver lo que quiero en la tv. Harto de pasar tanto tiempo frente a ella y no leerte poesía.
De mi está saliendo todo esto que no digo a diario, pues no todo el tiempo llueve y cuando hace sol el humor no me da para saber que todo esto que me rodea es inútil sin ti.
Entonces me engaño, disfruto las sabanas limpias, el documental en la tv y la canción en mi ipod.
Pero el cuadro colgado a mi lado pierde sin ti todos sus colores.
El espejo solo refleja un rostro gris.
La ropa acartonada cubre, no viste.
Nada me cuenta una historia, todo es silencio.
Silencio que me mata lentamente, me aturde, llena mis oídos de esta terrible soledad.
Dormir es un gesto vacío, es simplemente un pasadizo de ahora a mas tarde. Un camino oscuro, frío y estoy descalzo.
Las voces son solo metales en el aire. Las risas son estridencias de copas rotas y ni siquiera los vidrios me cortan.
El perfume es el monótono deja vu de un ayer que bien podría ser hoy.
Podría ser hoy porque vivo en este tren que pasa, pasa y no termina de llegar. Las gotas de lluvia golpean la ventana y afuera todo es la repetición de un borroso escenario.
Solo mis llaves suenan, pues solo yo llego a casa.
Las lágrimas golpean el cristal.
Y yo, estúpido, mirando fijamente por la ventana, a través de la lluvia, esperando ver tu cara mojada. Mirándome.


A. Bolaños C.

Z

Esa mañana desperté y sentía el corazón salirse de mi ser. Sudaba copiosamente y me había movido tanto durante el sueño que la sabana estaba salida de las esquinas del colchón.

Había soñado que flotaba en un mar de masa blanca, una capa solida que contenía un líquido el cual bailaba en un maremoto infernal bajo mi cuerpo, más no me tragaba, no me mojaba.

Sobre mi cabeza el cielo era de un gris plomo cerrado, un cielo encapotado que amenazaba con estallar sobre mi. En mi desesperación traté en vano de levantarme sobre la amorfa superficie que me sostenía pero cada vez que lo intentaba caía y me sentía infinitamente mas cansado, sentía mis manos pesadas como la roca, mis movimientos pastosos y la mente embotada con la eminente preocupación de que las nubes sobre mi, en vez de agua, escupieran la misma masa blanca de la que estaba hecho mi telúrico mar, enterrándome. Me sentí asfixiado, con la mirada nublada. Sabía que luchar era inútil, pero no podía dejar de hacerlo.
¿Acaso merecía yo morir enterrado en ese mar de plastilina incolora?

Detuve mi lucha contra el océano gigante y este por un momento cesó su movimiento. Con la cara hacia las nubes entorné la mirada y pude distinguir que las nubes que me cubrían estaban formadas por millares de letras, todas color gris. En ellas se podían distinguir caracteres y símbolos de todos los alfabetos conocidos y otros que superaban mi conocimiento. Todas las letras se encontraban aglomeradas sobre mi, con sus ángulos y curvas prestos a precipitarse y acabar con mi existencia.
En mi alfabético cielo estalló un relámpago y con el sucesivo trueno, las letras temblaron amenazadoramente. Los relámpagos y truenos se hicieron mas continuos cuanto mas calmo el mar bajo mi cuerpo.
Finalmente, la letra más peligrosa de cuantas hay en nuestro abecedario se desprendió de sus pares. La Z (zeta) forma dos flechas divergentes. Dos flechas prestas a caer sobre la tensa superficie de mi mar de masa blanca y pincharlo, mandando todo a la mierda.
La letra cayó. El mar explotó y la sustancia blanca que gracias a mi inmovilidad había permanecido en calma, revivió con endemoniada fuerza, por el agujero que formó la desgraciada Z brotaban frases de un pasado que olvidé y que ahora retornaba vagamente a mi memoria. Del cielo se desprendieron todos los alfabetos del mundo, reproduciendo, al chocar contra el mar, su carácter fonético. La tormenta de sonidos me arrastró a su vorágine y yo, confundido entre las Oes, Aes y Eres caí al vació para despertar escupiendo terror sobre mi cama blanca.

Aún temblando, entumecido y sudoroso caminé a la maquina de escribir. Solo pudo extinguir mi miedo la letra que mecanografié en el centro de la hoja que estaba colocada en la máquina. Z.


A. Bolaños C.

jueves

Roberto y Laura.




Roberto caminaba a paso apurado por la calle, mirando al suelo con los puños apretados. Ahora se arrepentía de haberla golpeado. En el momento en que lo hizo tuvo que salir a la calle y empezar a caminar, de no haberse ido la habría matado.

Laura no era una mujer normal, así pensaba Roberto. Él la había visto por primera vez en un bar durante una noche de fiesta con los amigos de la oficina. Se tropezaron cuando cada quien salía del baño. Ella al tropezar con él esbozó una tímida sonrisa. Él sin pensarlo dos veces entabló una fugaz conversación sobre el calor que hacía en el sitio y a continuación casi sin pausa le pidió su número. Ella que hasta el momento no había pronunciado una palabra volvió a sonreír y se lo dio al oído. Esa noche Roberto mientras estaba de regresó a su casa pensó en que la invitaría a salir el jueves por la noche y si estaba de suerte terminaría teniendo sexo con ella.

A los ocho meses Roberto y Laura estaban viviendo juntos en un pequeño anexo tipo estudio que pagaban entre los dos. Ella resultó ser una estupenda corredora de seguros que empezaba a trabajar freelance, le gustaba el vino, las carnes rojas, los tacones altos y el perfume Chanel. Él adoraba verla llegar a casa, como diseñador web casi no tenía que salir del pequeño anexo para trabajar, solía levantarse unos veinte minutos después de Laura cuando ya el desayuno estaba servido, desayunar con ella, despedirla, darse un baño y ponerse a trabajar. Cuando por la noche ella llegaba a casa en su habitual traje taller de alta ejecutiva, pues a pesar de estar empezando el negocio Laura no escatimaba dinero para verse como toda una profesional, Roberto la ayudaba a desvestirse, le quitaba el saco, le sacaba los tacones y enseguida pasaba a darle masajes en los pies mientras sentados en la cama conversaban de su día. El ritual de acariciar sus pies aún algo calientes y sudados producto de un día de trabajo bajo el sol, en la calle, excitaba a Roberto, mientras masajeaba sus deditos arrastraba deliberadamente el pié hacia su pene y hacía presión con el. Laura solía reír pícaramente y mirarlo con la misma mirada que lo miró saliendo del baño en aquel bar. Luego Laura terminaba de quitarse la ropa y Roberto abría la ducha para darse un baño juntos, hacían el amor con morbo, ella lo mordía, lo rajuñaba y él decía cosas sucias, halaba sus cabellos, la trataba como a una puta y ella a él como a un cliente, sumisa, dispuesta a complacer. Luego de hacer el amor se iban a la cama como una pareja normal. Ella en pijamas y medias y él solo con un short, ella dormia rápidamente mientras Roberto veía tv hasta pasada la media noche.

Un día mientras cenaban en cama después del baño y de hacer el amor Laura comentó a Roberto que le gustaría irse de viaje las vacaciones próximas, pues en los ocho meses que tenían viviendo juntos no habían tomado un buen descanso, Roberto había tenido tres proyectos seguidos y Laura trabajaba fuertemente para hacerse un espacio en el mundo de los seguros. Roberto quería irse a los Roques, soñaba con champán, langostas y hacer el amor con Laura en la orilla de la playa, ambos empelotados y bañados por el sol tropical. Al terminar de exponer lo que él llamaba su "Sueño Caribe", Laura lo desinfló diciendo que era hora de ir a visitar a los padres de ella en Mérida. Roberto se sintió sumamente extraño, no por el hecho de no poder encontrar langostas en Mérida, ni por la imposibilidad de hacer el amor con Laura en el páramo andino. Lo que realmente extrañaba a Roberto y hasta en cierto punto le molestaba era que por alguna razón sentía que la relación se estaba poniendo seria.

Hasta ese momento Roberto había visto su relación con Laura como algo divertido, nuevo, emocionante, pero nunca serio. Es decir, el sexo era genial, ella le encantaba, amaba la forma en que se comprendían y aceptaban, de hecho nunca habían discutido. Él solía pensar en Laura como una cómplice con la cual podía dar rienda sueltas a todas sus fantasías sexuales y a la vez vivir cómodamente. De alguna manera siempre había creído que Laura era una aventura un poco extendida pero no su futura esposa. Roberto esa noche miró la tv sin ver ni entender nada, al apagarla permaneció en vela y con cierta taquicardia en el corazón, no pudo dormir hasta que comenzó a amanecer. Durante una semana Laura y Roberto no hicieron el amor. Ella lo había buscado y él a pesar de que quería simplemente no podía responderle. Cuando Laura lo confrontó y él solo pudo excusarse en el stress laboral. La verdad era que no lograba sacarse de la cabeza que casi contra todo pronostico y sin nada que lo salvara terminaría casándose con una mujer con la que solo le gustaba tener sexo y masajearle los pies.

El viernes por la noche Laura al llegar ni siquiera saludó a Roberto pues fue directo al baño y de ahí en pijamas a la cama y con un gruñido gutural sugirió que bajara volumen a la tv. Él había pasado todo el día pensando en su situación y fluctuando entre la rabia y las ganas de arreglar todo y hablar con ella. Justo en el momento del gruñido de Laura, Roberto se preguntaba a si mismo cómo se había dejado atrapar por una mujer que conoció en un bar. Cuando escuchó la demanda de Laura no pudo menos que responder con un chillído de dientes. Laura se volteó y mirandolo fijamente y con un tono de histerismo en la voz le repitió que por favor bajara el volumen. Roberto hizo caso omiso. Acto seguido Laura arrancó el control remoto de sus manos y apagó la tv para luego lanzar el control al suelo y arroparse. Roberto estalló. La tomó por el hombro eligiéndole una respuesta a tan histérica reacción, ella lo maldijo, Roberto se puso de pié. Tenía que irse pues terminaría arrepintiéndose de lo que podía decir o hacer. Comenzó a vestirse mientras Laura lo tildaba de perro. Evidentemente Laura creía que la falta de apetito sexual de Roberto se debía a una aventura y que había hecho de la pelea un pretexto para irse con otra. Justo antes de que él saliera por la puerta, Laura presa de la impotencia arrojó un vaso de vidrio a Roberto. Este se estalló contra su sien y le produjo una herida en la cabeza la cual ahora sangraba. Al tocar su propia sangre Roberto no se pudo contener, en un arrebato de furia fue hacia ella, la tomó por el hombro y descargó una cachetada sobre su lloroso rostro, al momento en que su mano hizo contacto con la cara de ella Roberto se arrepintió mil veces de lo hecho, con suma vergüenza corrió a la puerta y salió por ella, dejando a Laura llorando en la cama que tantas veces los había visto hacer el amor.

Ahora Roberto caminaba furiosamente por la calle, con los puños apretados, sentía rabia, no hacia ella, sino hacia él mismo por haberla golpeado. A casi dos cuadras de casa se detuvo y en una oscura esquina sin preámbulo alguno se tiró a llorar en el piso. Lloraba por haberla golpeado, porque se sentía miserable, se sentía un cobarde pues no era capaz de entablar una relación seria con una mujer amable y que lo amaba. Una mujer que veía la vida de frente, que en las mañanas salía a partirse el lomo, mientras él se quedaba en casa trabajando pero encarando todo a través del intermediario de la no presencia física. Era un retraído y un retardado, ahora lo veía claramente, debía cambiar, lo haría. Regresó a casa poniendo sus pensamientos en orden, caminó rápidamente, le pediría perdón a Laura por ser un idiota, le confesaría sus dudas y trataría de encarar la vida con ella a su lado.

Al llegar a casa Roberto se percató de la cama vacía y la luz del baño apagada y entendió que Laura se había ido. Caminó al baño, encendió la luz y se miró al espejo, tenía los ojos rojos y con ojeras, el cabello despeinado, la barba sin afeitar de varios días y un pegote de sangre coagulada en la sien. Abrió el grifo y enjuagó su cara tres veces, luego tomó una servilleta y secó el agua, lanzó la servilleta al cesto de basura errando su lanzamiento, recogió el papel y lo depositó en el cesto. Este cayó sobre la caja vacía de una prueba de embarazo.

Roberto y Laura se casarían un año más tarde. 
A. Bolaños C.

miércoles

Revelación


"La vida te habla. ¡Escúchala!"


Sin ánimo, casi muerto el joven Luis llegó y se tumbó en el sofá, acostado boca abajo, con la cabeza pegada al cojín y los ojos abiertos. Su lúgubre ropa de trabajo se mimetizaba con el pardo color del mueble y la moribunda luz que se filtraba por las pesadas cortinas. No sentía ni un ápice de hambre a pesar de no haber probado bocado en todo el día, igual no tenía que comer, el refrigerador estaba vacío desde que Ana se había ido. No se quitó los enlodados zapatos, ni el sucio pantalón empapado por los charcos de lluvia que poblaban las calles.

Miraba fijamente el florero que se encontraba en la mesa de la sala. Conteniendo flores muertas, cómo un ataúd contiene un cadáver, como la casa lo contenía a él. Un mosquito le picó el brazo en el punto donde su curtida camisa de mangas cortas limitaba con su piel, esto le produjo un picor exasperante y lo hizo moverse. Se sentó. Al instante el último rayo de sol del día chocó contra su cara encandilando su ojo izquierdo. Luis entrecerró la mirada y frotó su ojo, permaneció con este cerrado y el derecho abierto, aún mirando el florero una lágrima brotó de su ojo y resbaló por su mejilla.


Lentamente se levantó y caminó por la sala arrastrando los pies hasta llegar a la vitrina del comedor. Sobre el empolvado mueble permanecía cubierta por una película de polvo de varios meses una foto de Ana y él. En ella, Luis lucía sonrriente y Ana besaba su mejilla mientras contenía una evidente carcajada y con una mano tomaba la cámara.

El recuerdo golpeó a Luis con descarnada crueldad.

Durante su primer aniversario el tío de Ana les había prestado una casa en la playa. Habían partido bien temprano. Ana vestía un vestido blanco con estampado de flores color lila. Había sido tajante con la orden de pasar por el mercadito a comprar flores silvestres para adornar la casa, ella solía decirle a Luis que una casa sin flores era como un cielo sin estrellas. El pasatiempo favorito de Luis era observar las estrellas. Al llegar a la casa Ana abrió las ventanas de par en par, barrió la sala, colocó un mantel blanco en la mesa del balcón y sin perder tiempo procedió a descorchar una botella de vino tinto, llenó dos copas, ofreció una a Luis quien la tomó y esperó a que Ana catara el licor. Ella llevó la copa a su nariz mientras miraba fijamente a Luis con un dejo de picardía en los ojos, respiró profundo y cerró los ojos, al separar la copa de su cara abrió los ojos y una enorme sonrisa se dibujó en su rostro -Las flores- dijo y salió rápidamente al vehículo a buscar el ramo de flores silvestres.

Esa noche mientras yacían en la cama desnudos después de hacer el amor, acostados uno al lado del otro haciendo contacto con sus pies, Ana confesó a Luis que luego de catar el vino, mientras lo veía a los ojos una sensación enorme de felicidad se había hecho presa de ella pues el momento simplemente había sido perfecto y se había conmovido tanto que tuvo que ir a llorar al vehículo. Luis encantado mientras escuchaba su historia dijo -Sin duda siempre seremos felices. Nos tenemos el uno al otro- Ana lo miró -No entiendes nada Luis. Nada.- Dijo mientras acariciaba su cabello. Luego de estas palabras ambos se quedaron dormidos. Ana moriría dos años después.


Al recordar dicha escena Luis se desplomó sobre el suelo llorando como un niño. La soledad que lo atormentaba desde la partida de Ana, todas las noches durmiendo en el lugar de ella en el colchón esperando poder sentirla de nuevo. Las semanas de monótono trabajo y los fines de semana esquivando a los amigos, a la familia, para no salir, para quedarse con su dolor. Para sufrir, sufrir y sufrir ahora caían sobre él como cien toneladas de cruda realidad.


El tiempo pasó mientras Luis lloraba y drenaba el manantial de amargura que se había depósitado en él durante todos esos meses. Al cabo de lo que podían haber sido minutos u horas, Luis abrió sus ojos. En ese momento el ojo izquierdo, que había sido golpeado antes por la luz del sol, divisó una pisca de color en la grisácea estancia. En el florero, entre las flores muertas, se encontraba pendiendo casi a punto de caer, un único pétalo vivo. Este conservaba su color lila intenso y una textura tersa y brillante. Para Luis tan solo por un minuto la escena fue perfecta, luego el pétalo cayó y la magia se desvaneció.


Luis sonreía, había dejado de llorar y poco a poco fue cayendo en una histérica carcajada. En su cabeza resonaban las palabras de Ana -"No entiendes nada Luis. Nada"- ¡Todo! Todo cobraba sentido para Luis ahora, ese empeño de Ana de mirarlo fijamente, de reír sin razón, de comprar flores que al morir reemplazaba sin remordimiento. Ana que hasta en su lecho de muerte sonrió y le dijo -Gracias- justo antes de morir. Ella su amante y su compañera se erigía ahora como su maestra de vida.

Ahora Luis comprendía que la espiral decadente en la que se había sumergido los últimos meses tenía un único sentido: Ese momento. El pétalo colgando perfecto del tallo, a punto de caer. Lo perfecto del momento era sobre todo su carácter pasajero y temporal. Así como eran perfectos los sencillos y pequeños momentos en los que Ana lo besaba, lo veía. Los cortos momentos en los que se quedaba despierto viéndola dormir después de hacer el amor. Luis había pasado la vida esperando el momento de ser feliz, cuando la felicidad eran aquellos pequeños momentos.


El instante con la copa de vino en el cual Ana había entendido eso le revelaba ahora a Luis una verdad elemental.


Luis se levantó, abrió las ventanas de par en par, cambió su ropa y con una sonrisa en el rostro salió a comprar comida. Moría de hambre.


A. Bolaños C.

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